En Vengeance Is Mine All Others Pay Cash Ajo Kawir es un luchador que no le teme a nada, ni siquiera a la muerte. Su intensa necesidad de luchar está motivada por un secreto: su impotencia. Cuando su camino se cruza con el de una luchadora muy dura llamada Iteung, esta le da una paliza, pero Ajo se enamora perdidamente.
Leopardo de Oro a la Mejor Película en el Festival de Locarno 2021
Mejor fotografía en el Festival de Valladolid – Seminci 2021
- IMDb Rating: 6,9
- RottenTomatoes: 80%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
El año es 1989 y el escenario es un lugar indeterminado de Indonesia. Una zona rural; un descampado atravesado por una interminable línea recta: una carretera que ofrece las condiciones óptimas para las más disparatadas competiciones. Dos numerosos grupos de gente se disponen a un extremo y otro de esta pista, les separa la distancia suficiente para que a las motocicletas que van a arrancar desde cada punto, les dé para alcanzar una velocidad terminal. Justo en el centro hay una botella de cristal vacía, un premio que deberá alcanzarse antes que el rival: una incontestable prueba de virilidad.
Y ahí va Ajo Kawir, héroe de esta función, sobre un ciclomotor que parece que se vaya a desmontar con el primer bache que aparezca en el camino. Pero poco o nada importan las prestaciones del vehículo: el hombre tiene claro que esto no es más que un juego de valentía: ganará quien menos miedo le tenga a la muerte. Este es, cómo no, nuestro protagonista, un pobre diablo convencido de que no tiene nada que perder. Un portento de la temeridad que, en realidad, se entiende a partir de una terrible inseguridad.
Y como esto es una película de Edwin, un mural pintado cobra vida y nos desvela la verdad detrás del asunto: resulta que Ajo Kawir es impotente, o sea, que su miembro viril no responde a dicha nomenclatura. Así se presenta Vengeance Is Mine All Others Pay Cash, delirante título para una película llevada, durante sus casi dos horas de metraje, por un apabullante amor por la libertad (en las formas, en la escritura). La película es, en este sentido, una constante y muy divertida exploración de esos caminos que solo puede abrir una creatividad desatada.
La premisa parece sencilla, y de hecho lo es, pero las consecuencias de esta no se ven venir. Ajo Kawir, lleva la vergüenza y frustración interiores como mucho otros hombres: con violencia. Con la absurda voluntad de pelearse con el mundo entero. Hasta que sucede lo impensable: un encuentro con una guardaespaldas que se interpone en su camino desemboca en un flechazo imposible de esquivar. Un puñetazo, una patada, una llave paralizadora… ese modo tan expeditivo de atacar al rival, típico de artes marciales como el silat, se descubre en óptima manera de hacer el amor.
El cine de acción y aventuras se mete en la cama con el romántico. Sin preguntarse si la combinación tiene auténtico sentido; convencido de la pureza de sus sentimientos. En varias ocasiones, Vengeance Is Mine All Others Pay Cash bebe del olvidado alivio que supone el poder expresarse sin miedo a lo que puedan pensar los demás. A veces, los problemas, incluso los más complejos, se arreglan con el simple hecho de hablarlos; de abordarlos frontalmente junto a esa otra persona a la que, por suerte, no hay por qué ocultarle nada.
Edwin depura las pulsiones naives y fantasiosas de su universo cinematográfico, concretando así una obra que a pesar de su ambición (en la puesta en escena, en la voluntad de abrir una gran cantidad de frentes) destaca más por la ligereza. Benditos gestos de las nuevas masculinidades. Llegado el momento, Vengeance Is Mine All Others Pay Cash se atreve incluso a remover los terroríficos demonios del pasado dictatorial indonesio, suerte de losa castradora que impide a las sucesivas generaciones desarrollar plácidamente sus respectivas vidas.
Pero todos estos fantasmas (que hasta podrían ser catalogados como zombies) tarde o temprano acaban siendo atropellados por la fuerza del amor, esa energía que, por aquello de predicar con el ejemplo, decide despojarse de todo complejo. Este es el combustible de una historia encantada de librarse a los mecanismos de los melodramas telenovelescos, pero también de los relatos criminales o, por qué no, de la comicidad slapstick de los dibujos animados. Parejas de baile improbables, pero que llegada la hora de la verdad, demuestran compenetrarse mucho mejor de lo que en un principio cabría esperar.
Con esta contagiosa alegría, Edwin va mezclando y, por supuesto, explorando. Ahora se detiene en una escena acaramelada, ahora vibra con un combate a vida o muerte, ahora pide calma con un poco de esa sabiduría veterana de los grandes maestros. Por el camino sobrevuela la amenaza de siniestro total; de un descarrilamiento que, por suerte, está carente de dramatismo, pues pesa más la seguridad de que, si se confirmara el traspié, este sería tan divertido, tan hilarante, tan cariñoso, que igualmente sería digno de ovación. Es el encanto irresistible de ese cine que se hace querer incluso por sus defectos. Lo llaman amor. (Victor Esquirrol – OtrosCines.com)
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