En Stars at Noon una joven periodista estadounidense en apuros, bloqueada sin pasaporte en Nicaragua, en plena época electoral, conoce en el bar de un hotel a un viajero inglés. Parece el hombre perfecto para ayudarla a huir del país. Sin embargo, será demasiado tarde cuando se dé cuenta de que, a su lado, se está introduciendo en un mundo aún más turbio y peligroso.
Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2022
- IMDb Rating: 5,6
- RottenTomatoes: 63%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Robert Pattinson, Juliette Binoche, Denis Lavant… Resulta imposible disociar la filmografía de Claire Denis de les intérpretes que la movilizan, como si un «estilo Denis» fuera rastreable más allá de las pieles que lo habitan. En sus películas, la verdad corre por la superficie y es justamente en lo cutáneo que su primer trabajo con Margaret Qualley comienza a tomar sentido: Stars at Noon es, en esencia, una empresa monumental para capturar hasta el más mínimo detalle del cuerpo de su actriz. La película habla en primerísimo primer plano, aprovecha hasta el último derrotero expresivo que una reacción (un parpadeo, un sonrojo) puede desvelar, como si el mundo entero funcionara siempre de rebote. Durante dos horas, la cineasta construye un enorme tapiz con los ojos, las manos y el cuerpo entero de Qualley, siempre muy de cerca. De su figura pende todo el dispositivo alrededor de una trama que podría ser esta, o cualquier otra. Stars at Noon es erótica en los tantísimos sentidos que a la palabra podamos atribuirle.
A una con la cámara, Trish (Qualley) da grandes zancadas al caminar, salta por los charcos de la calle, empuja cuando le aprietan, grita mucho y se desnuda para quien le ofrece algo a cambio. Ella es una joven reportera barrada en Nicaragua, un país al borde del colapso social y económico. Poco más sabremos de su pasado, pues es ágil de lengua y no duda en excusarse y mentir para salirse con la suya. En Managua conocerá a un empresario británico, Daniel (Joe Alwyn), que es a la vez salvoconducto para la joven atosigada por las autoridades y cabeza de turco de un complot explicado solo a medias (es suficiente, pues la cosa acaba por reducirse al bien contra el mal). Por encima del complejo entramado político, los cuerpos de Qualley y Alwyn se encuentran, una y otra vez. Primero a través de la presencia de otres, quienes actúan como puente entre detalles de los rostros de ella y de él (recuerdo un desplazamiento excitante, por ejemplo, a través del brazo musculado de un camarero). Luego, a través de las calles de una ciudad cuyas paredes, llenas de grafitis, se peinan desde las ventanillas de los taxis como si pasáramos el dedo y los difumináramos a nuestro paso.
El delicioso fondo de jazz meloso del grupo Tindersticks pasará la brocha tristona a un espacio urbano de violencia apaciguada, donde la sociedad cae a pedazos sin grandes estruendos. Denis corre en paralelo a los campos de café sublevados de White Material (2009): una mujer deambula por un espacio destruido, sabiéndose protagonista de una tragedia íntima y que, sin embargo, resulta nimia en un contexto de agitación social de mucho mayor alcance. En realidad, la gravitas de los primerísimos primeros planos de Qualley, una suerte de nueva Isabelle Huppert, queda en la nada al observarla de lejos, como lo haría alguien por la calle. Cuando la cámara recule, la descubriremos como una niña perdida, una heroína errática en una guerra ajena.
Vemos en la distancia el grandísimo elemento diferencial de Stars at Noon. Entre los resquicios de un ensamblaje de picos de intensidad melodramática por las nubes, Denis inserta destellos de humor absurdo, incluso algo cafre. En los márgenes de la imagen se empiezan a prodigar personajes extravagantes, como aquel señor que descansa en un sofá destartalado sosteniendo un cartel de cartón viejo que reza que «El wifi no va» o unos agentes de la policía que, lejos de la elegancia del noir, deciden comer fruta de un tupper mientras vigilan a la protagonista. Son presencias extrañas que se cuelan en la ficción, gente haciendo cosas en momentos por otra parte muy dramáticos. El humor se expande, toma distancia incluso con sus propios protagonistas.
Siguiendo la lógica de su magnético posado de caballero, Daniel debiera ocupar el rol del héroe de la función; en cambio, su sarta de conjuntos blancos, muy à la mode, queda totalmente fuera de lugar en una ciudad sucia. Por otra parte, Benny Safdie actúa como villano de la función, el «CIA Man» (así figura en los créditos) que, cargos aparte, se ve como un hombrecito pequeño que viste un chubasquero amarillo, cutrísimo. En pocas palabras, Claire Denis abraza el espíritu caótico de las ficciones «de tarde» y, con gracia, desmonta la intensidad que la erótica y el thriller han ido construyendo. A dosis de drama, una pizca de humor. Decíamos: todo circula por la superficie de una película que se mueve del noir urbano al melodrama exacerbado, al puro soft-porn musical. Este es un viaje entre dispositivos narrativos que se intercambian con la facilidad con que nos pasamos chispazos al tacto. Todo resuena con fuerza cuando se vive a flor de piel; y así Denis tiene la honestidad de retratarlo.
Con la piel por criterio, queda encajar el último obstáculo que les protagonistas encuentran antes de cruzar la frontera. De hecho, se trata del mayor cambio que la cineasta y su coguionista, Andrew Litvack, aplicaron sobre la novela original de Denis Johnson. El libro ambientaba la relación en 1984, mientras que Denis y Litvack la trasladan al día de hoy, mascarillas incluidas. En su huida, Trish y David cruzan un único control de carretera. A pesar de haber luchado incansablemente para recuperar el pasaporte de ella, en la caseta de la policía les piden un solo documento: el pasaporte Covid. Que pasen o no dependerá de si ella, con los papeles caducados, lleva o no el virus en su organismo. Por razones que le son impuestas, por motivos políticos, Trish actúa como límite de su propio destino, barrera definitiva a su escapada. Encarna el peso insoportable de quien sabe que su cuerpo nunca será su reino y que, por lo tanto, debe ser reconquistado. Será nuestro deber regresar a la película de Claire Denis para repensarla desde el gusto, pero también desde la militancia. (Mariona Borrull Zapata – ElAntepenúltimoMohicano.com)
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