Pacifiction sucede en la isla de Tahití, en la Polinesia Francesa, donde el Alto Comisario de la República, representante del Estado francés, es un hombre calculador de modales impecables. Tanto en las recepciones oficiales como en los establecimientos ilegales, no deja de tomar el pulso a una población local cuya ira puede despertarse en cualquier momento. Y más aún cuando un rumor se instala: parece haberse avistado un submarino, cuya presencia fantasmal podría anunciar una reanudación de los ensayos nucleares franceses.

  • IMDb Rating: 6,7
  • RottenTomatoes: 93%

Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

 

Anteriormente conocido como Bora Bora, el nuevo proyecto de Albert Serra, que finalmente ha llegado a nosotros bajo el título de Pacifiction, nos sitúa a unas cuantas millas náuticas de aquel idílico enclave. Al final terminamos en Tahití, en una isla cuya geografía, fauna, flora y climatología llaman a reencontrarnos con el sublime de una creación que parecería inacabada… si no fuera porque el hombre (blanco) plantó allí antes su bandera. La película empieza con un lento travelling lateral en el que se nos presenta, a distancia de plano general, una de las costas del escenario elegido, reclamada esta por un puerto donde se acumulan contenedores metálicos, megalíticos monumentos erigidos por el devastador poderío del capitalismo globalizador. Ya se ve: aquí, en el último rincón del planeta, también llegó la civilización. O lo que queda de ella. La encarnación de esta encuentra el aliado perfecto en el carisma menguante de Benoît Magimel, en su pelo rubio tintado, en sus gafas ligeramente oscurecidas, en esa media sonrisa que deja entrever su impecable dentadura, en sus pies con tendencia gotosa… y sobre todo, en su indumentaria, su uniforme: un traje de lino blanco, blanquísimo, que rompe con todos los otros colores propuestos por la isla, y que no se quita ni para ir en moto de agua. Así viste y así luce Monsieur De Moller, Alto Comisario de la República Francesa, encargado de que los valores de la metrópolis (que está literalmente a casi 16.000 kilómetros de distancia) brillen también en estas tierras salvajes. Y ahí está el hombre, llevando tan distinguida misión con el aplomo que esta pide. Presidiendo recepciones y dando discursos en convites, planificando la construcción de otro hotel, y decidiendo quién entrará y quién no en el nuevo casino.

Su despacho se despliega por toda la isla; por todos sus dominios, pues el trabajo va con él. Este amigo de sus amigos, controla los movimientos de todo el mundo, un logro que solo puede alcanzarse con el don de la omnipresencia. Sus ojos y sus orejas tienen que estar en esa casa señorial, y en aquella playa, y en aquel campo de fútbol, y por supuesto, en aquella otra discoteca. Ahí asistimos a la primera congregación de personajes. Pacifiction es básicamente esto: una serie de reuniones. Aquelarres de personajes más o menos pintorescos, que están en control de la situación (o al menos esto creen). Caras y cuerpos que no se sabe si se buscan o si, por el contrario, huyen las unas de los otros. Seguimos en el club nocturno, un espacio festivo donde, no obstante, reina el sopor, el bochorno. Esto y una música electrónica que se mezcla desconcertantemente con la banda sonora. El plano diegético y el extradiegético se solapan, se invaden el uno al otro hasta que la gente ya no sabe qué ritmo deben seguir sus torpes bailes. Del mismo modo, actores profesionales comparten cuadro con intérpretes amateurs, produciéndose un estallido de extrañeza cada vez que se comunican. Pacifiction, de hecho, también (y sobre todo) se estructura a partir de conversaciones fallidas: de palabras que se juntan y forman frases… para ser arrojadas inmediatamente a un abismo llenado por el viento, las olas y los pajarracos que se oyen de fondo. Un ruido constante, un hilo musical insufrible, que invade el cerebro, y que lo arrastra a la locura.

Prestando atención a algunas de las declaraciones, queda claro que estas no pueden haberse escrito en ningún guion. Esto, seguro, es el fruto de dejar a los actores expuestos a ese mismo vacío. A plantarles delante de la cámara y dejar que cada línea de diálogo vaya fermentando en el ambiente. Recítela, y ahora repítala, y vuelva a ella, y diga lo mismo pero con diferentes palabras, y vuelva a empezar… hasta que todo haya perdido el sentido. Hasta que ni haga falta retomar el hilo, porque para entonces, ya habrá calado la certeza de que no hay ningún hilo que retomar. Los diálogos son en realidad monólogos: soliloquios vacuos y rimbombantes con los que las élites, que hablan y no escuchan, reafirman su estatus. Esto es, un cargo ridículo que legitima para gobernar en el aislamiento más absoluto. Pero más allá de dotar a este trozo de tierra de más infraestructuras absurdas, y de pactar con los caciques locales el próximo intercambio pacífico de poder, hay una cuestión que ocupa más y más los pensamientos de Monsieur De Roller: se dice, se comenta, se teme que, tras 20 años de calma, el ejecutivo francés quiera reactivar los ensayos nucleares en la Polinesia. Se multiplican las voces (en off) que aseguran haber visto submarinos cerca de las costas de Tahití, y claro, el Alto Comisario debe tomar cartas en el asunto. El problema está en que los tics más nocivos de las negligencias y malas praxis en la acción política, han hecho metástasis en el territorio. Pacifiction es, por encima de todo, un (no-)thriller ambiental, en el que la decadencia y consiguiente fracaso de la clase gobernante se deja notar en la carga de una atmósfera demasiado cargada como para no infectarse en ella.

Albert Serra, maestro observador de las criaturas moribundas, sigue explorando el cine mórbido, ahora desde la óptica de una belleza hipnótica, magnética… pero igualmente venenosa. El impresionante trabajo de Artur Tort desde la dirección de fotografía, capta la luz acuosa del Océano Pacífico y la esparce por la piel de gente que está muerta (por mucho que se nieguen a aceptarlo). En el confín del mundo, el cineasta catalán da con las condiciones óptimas para reproducir su hábitat natural: allí donde la opulencia material engendra la miseria moral, y viceversa. Son los últimos y ridículos coletazos del esplendor colonialista: la decrepitud quijotesca de quien cree que podrá encontrar, en plena noche y en alta mar, una embarcación solo con la ayuda de una linterna. En el absurdo del virrey que se da cuenta de que no es más que el tonto útil de un sistema que pasa de él (y por encima de él), Pacifiction triunfa como mordaz parábola del no-lugar que el Viejo Continente (o sea, el viejo mundo) ocupa en un mundo al que le ha perdido el pulso. Básicamente, porque a él mismo ha dejado de circularle la sangre por las venas. (Victor Esquirol Molinas – ElAntepenúltimoMohicano.com)