En Harlequin, y tras curar la leucemia del hijo de un importante senador, un hombre misterioso va, poco a poco, adentrándose en su vida y en la de su esposa que acaba sintiéndose atraída por él. Son muchos los que temen que este curandero milagroso no sea más que un charlatán que sólo busca manipular al político.
Mejor Guión y Fotografía en el Festival de Cine Fantástico de Sitges 1980
- IMDb Rating: 6,1
- RottenTomatoes: 50%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
The Last Wave (1977) fue el título que le abrió las puertas del mundo a la cinematografía fantástica australiana. Rápidamente se sucederían otros filmes aclamados por la crítica como Mad Max (1977), Patrick (1978) y Razorback (1984). En el medio de la oleada apareció Harlequin, debut en el cine del director Simon Wincer. Lamentablemente Wincer no llegaría nunca a generar algo de semejante altura, y en su carrera hollywoodense hay cosas que van desde Harley Davidson and the Marlboro Man (1991), la versión moderna del superhéroe clásico del comic The Phantom (1996), Free Willy (1993) hasta cosas feítas como Operation Dumbo Drop (1995) y comedias insulsas con Paul Hogan.
Harlequin es un rompecabezas fascinante, aunque uno de resolución no muy clara. La influencia primordial es la historia del monje ruso Rasputín (1869 – 1917), reimaginada en un contexto político moderno. Rasputín fue una figura enigmática de la historia rusa, y un sujeto centro de múltiples controversias. Apareció de improviso en la vida del Zar Nicolás II, atendiendo y sanando a su hijo Aleksei de una hemofilia incurable, tras lo cual ganó el afecto de la familia y comenzó a influenciarlos en todo sentido. Con su fama de sanador místico y su influencia sobre las decisiones políticas del Zar se ganó un sinnúmero de enemigos, los cuales terminaron por asesinarlo en 1917 tras envenenarlo, golpearlo innumerables veces, castrarlo, tirotearlo y lanzarlo a un río; todo esto, simplemente porque el tipo no se moría (!), y terminaría por tejer una leyenda sobrenatural sobre su figura.
Aquí los roles son prácticamente los mismos. Gregory Rasputin ha pasado a ser Gregory Wolfe, El senador es Nick Rast (por Nicholas Tsar, versión inglesa del nombre del Zar de Rusia), la esposa es Sandra por Alexandra y el chico es Alex por Aleksei, el hijo de Nicolás II. Gregory Wolfe también sana al hijo del senador y comienza a influenciar a su familia y a su entorno mientras realiza actos de ilusionismo que superan a lo normal. Gran parte de los poderes que posee Wolfe se pueden explicarse por actos de hipnotismo masivo (que era lo que hacía Rasputín en su época) pero otros no, y parecieran ser dotes sobrenaturales. Es que la trama no se contenta sólo con la historia de Rasputín y tira otras referencias históricas al estofado: desde la muerte de un vice gobernador (ahogado de manera similar al Primer Ministro australiano Harold Holt, fallecido en 1967) hasta un personaje siniestro que maneja los hilos del gobierno al estilo de J. Edgar Hoover, el temible y legendario fundador del FBI, el que extorsionó a políticos y administraciones enteras de la Casa Blanca hasta su muerte en 1972. Eso sin contar de que, por momentos, Arlequin parece tomar ideas de la mitología cristiana sobre la vida de Jesús.
Mientras desarrolla la trama, Harlequin es un misterio atrapante. No sólo no sabemos si los poderes de Wolfe son reales, sino que también desconocemos completamente cúales son sus intenciones. El presentimiento de su muerte y la marca en el piso (al estilo del Santo Sudario) hacen creer que este hombre tiene algún tipo de misión sagrada. El libreto alterna puntos de vista sobre Wolfe de manera tan ambigua que no sabemos si es un villano o un salvador. En un punto pareciera presentarse como una tabla de salvación para el voluble David Hemmings – él es el ilusionista que le muestra la verdad a Rast tras los corruptos políticos que lo manejan -, pero por otro lado parece tener sus propias intenciones. Quizás el último fotograma sea el que revele la verdad: ahora Alex es la encarnación del espíritu de Wolfe, y lo que quería era obtener una silla cerca del poder, al estilo de The Omen (1976).
Ciertamente el director Wincer se pasa de rosca un par de veces pero ello no termina por lastimar el relato. En una escena en donde Wolfe levita y a la vez se muestra el mismo cuadro visto por la cámara de seguridad, nos damos cuenta de que lo suyo es meramente hipnosis (Hemmings mira el techo mientras Powell corre a sentarse en el sillón del escritorio). Pero en otras ocasiones uno realmente duda de que todo sea ilusión, como los pájaros atacando los cristales de la casa de los Rast o el estallido de los vidrios del auto mientras Wolfe y Alex juegan con el sonido en su interior.
Harlequin es un filme notable por sus ideas y por su clima. A ello contribuye la carismática actuación de Robert Powell, que domina la escena con sólo su mirada. Desde ya, es una de esas joyitas del cine australiano que uno no debe perderse. Y un show iluminado por una premisa fascinante. (Alejandro Franco – PortálArlequín.com)
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