En Il Sorpasso, Bruno Cortona, un simpático juerguista, se encuentra casualmente con Roberto, un tímido estudiante, y lo invita a pasar con él un día de vacaciones fuera de Roma. Durante el viaje, el joven se siente cada vez más atraído por la alocada forma de vida de su compañero.
Mejor Actor en los Premios David Di Donatello 1962
- IMDb Rating: 8,3
- FilmAffinity: 7,7
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
En una Roma desierta de un Ferragosto cualquiera…
El Ferragosto es el nombre que se le da al festivo del 15 de agosto en Italia: se trata de una celebración laica que es la sublimación absoluta del dolce far niente y que suele ir acompañada de éxodos masivos hacia lugares de playa o montaña. En el arranque de Il Sorpasso, Bruno (Vittorio Gassman) un vendedor de frigoríficos vividor y mujeriego busca un teléfono para realizar una llamada precisamente un día de Ferragosto en una Roma desierta. Por casualidad se encuentra con Roberto (Jean-Louis Trintignant) , un joven estudiante de derecho tímido y apocado, quien le permite utilizar el teléfono de su casa. Ahí comienza una relación que les acaba llevando por las carreteras de la costa del mar Tirreno hasta la Toscana._
En toda aventura siempre hay algo de iniciático, de experiencia vital y de tránsito de un estado a otro, presuntamente superior. Entre las muchas virtudes que hacen de Il Sorpasso un film de culto está su capacidad para erigirse tanto en aventura como experiencia. El título de Dino Risi sigue siendo más de tres décadas y media después de su estreno un ejemplo de eso que podemos llamar “picor de niki”, el impulso vital que trasciende cualquier edad y consiste, simple y llanamente, en el deseo de comerse la vida.
Todo en Il Sorpasso son esos “nervios a punto de zarpar” de los que hablaba Rimbaud en su poema 20 años, desde los títulos de crédito iniciales con Gassman al volante de su Lancia Aurelia B24 Spider al ritmo de un nervioso “be bop” (una reminiscencia de On the Road de Kerouac) hasta el precipitado y amargo final.
Los 100 minutos de Il Sorpasso constituyen una celebración hedonista de la vida a una velocidad lo suficientemente alta como para apenas pararse a pensar. Y es precisamente en los escasos momentos en los que ambos protagonistas frenan cuando comprendemos el hastío existencial que les empuja al desolador nihilismo que rige la vida de Bruno Cortona (Gassman) y con el que seduce como un moderno Mefistófeles a un joven virtuoso (aunque el actor galo ya pasaba de los 30) estudiante de derecho interpretado por Trintignant.
La película deja intuir unos 20 años de diferencia entre los dos protagonistas, pese a que en realidad Gassman sólo sacaba 10 a su colega francés. Sobre este punto se construye el maravilloso contraste entre el joven Roberto, en realidad la figura más seria y equilibrada de la historia, frente al maduro Bruno, quien quizá precisamente por el paso de los años parece empeñado en tomarse la vida como una fiesta constante.
Pese al antagonismo de ambas personalidades, la película deja al descubierto la triste realidad de que poseen en común una angustiosa soledad, que parte de situaciones diferentes. Por un lado, Roberto es un modélico estudiante que sigue los pasos de su primo mayor, el fascista bastardo Alfredo. Por otro, Bruno es un fracaso como marido, padre e incluso amante, pese a su reluciente fachada de triunfador y su innato don de gentes.
El encuentro tan casual y absurdo con el que ambos personajes unen sus destinos durante los dos días posteriores no hace sino acentuar ese carácter nihilista que Risi aplaude o reprueba, según la interpretación que quiera darle el espectador. Un nihilismo burgués, clasista, y malsano que encuentra sus primeras expresiones en la cinematografía italiana casi diez años antes con I Vitelloni de Federico Fellini y que en su manifestación más salvaje y al margen de cualquier moral podría llegar hasta el Bret Easton Ellis de Less Than Zero, o incluso a la cruda realidad de esos turistas que copan las páginas de sucesos con comportamientos nada constructivos como humillar al mendigo alcohólico que tenga la desgracia de cruzarse con ellos. Fue el propio Risi quien llegó a afirmar que comedias como Il Sorpasso a día de hoy ya no tienen sentido, porque las noticias de los telediarios son ya una propia parodia de la sociedad.
El Bruno Cortona de Il Sorpasso hace suyos gran parte de los tics de algunos personajes de la “commedia all’taliana” en la que se ha querido encuadrar la película de Risi, tales como la fanfarronería, sinvergonzonería y desprecio por clases sociales más bajas. Cortona, al igual que los “inútiles” de Fellini (así se tradujo “I vitelloni” en nuestro país) no tiene reparos en burlarse de trabajadores, obreros y campesinos que encuentra a su paso.
1962, año en el que se estrena Il Sorpasso fue el año clave de la denominada “commedia all’italiana”. La fiebre por el género llegó hasta la ceremonia de los Oscars, con Pietro Germi viendo premiada su Divorzio all’italiana. Por su parte, Marcello Mastroianni competía con titanes de la talla de Burt Lancaster, Peter O’Toole, Jack Lemmon y Gregoory Peck por el Oscar al mejor actor principal gracias a su papel del Barón Cefalú en esa misma película (el premio se lo acabaría llevando Peck después de su recordado trabajo como el entrañable abogado Atticus Finch de To Kill a Mockingbird) . Divorzio all’italiana, sirvió para que la crítica acuñase el citado término de “comedia a la italiana”, un subgénero que estuvo vivo de los años 50 los 70. Incluso a finales de esta década aún encontraríamos vigorosos ejemplos de personajes desnortados y entrados en años sólo preocupados por encontrar un local abierto donde tomarse la penúltima, como los inolvidables Amici Miei de Mario Monicelli, poseedores de ese encanto hedonista del que hace gala Gassman en Il Sorpasso. Monicelli, nonagenario y enfermo de cáncer acabó arrojándose desde la ventana de un hospital para poner fin a sus días, como vivo corolario de un estilo de cine tan festivo en la forma como trágico en fondo, y que tanta gloria dio al celuloide del Viejo Continente.
Trintignant, también derrotado por el cáncer, ha anunciado a sus casi 87 años de edad su adiós a las pantallas. Para la historia queda como su último trabajo un film de título sintomático: Happy End, firmado por Michael Haneke. Queda para la historia también su inolvidable escapada con Gassman 50 años antes, donde su pétrea y hierática belleza, la intensidad de su actuación contenida, contrastaba con un Gassman desbocado, insoportable, que golpeaba el ridículo claxon de su Lancia cual gañán de crucero italiano camino de cualquier cosa menos un happy end.
Este gañán se permite despreciar la poesía y dormirse con las películas de Antonioni mientras lleva en su auto una foto de Brigitte Bardot, guiño al propio Trintignant, quien había comenzado a hacerse un nombre en el circuito cinematográfico a las órdenes de Roger Vadim, esposo de la musa francesa, en Et Dieu Créa la Femme
La particular relación que establece Trintignant con su compañero bascula entre la admiración, envidia e incluso los celos (manifestados cuando al visitar a sus tíos el granuja de Gassman se mete a su familia en el bolsillo y se convierte en el centro de atención de la reunión) .
Il Sorpasso es la Italia de los primeros 60, la del Cynard y los cigarros toscanos, las scooters y el twist y las escapadas cruzando la frontera a Saint Tropez a ritmo de Peppino di Capri. La del internazionale Milano de Luis Suárez y Sandro Mazzola. La que permanece eterna en las canciones que programa Juan de Pablos en su Flor de Pasión, la de la Roma que “cierra por vacaciones” cada vez que llega el día 15 del octavo mes del calendario.
Risi, Scola, y otro habitual colaborador de ambos y grande entre los guionistas italianos como Ruggero Maccari, dibujan a la perfección este viaje iniciático de Roberto/Trintignant. Bruno/Gassman un carpe diem andante que esconde una insoportable amargura.
Il Sorpasso funciona tanto como road movie al uso como brillante ejercicio de viaje interior y guarda un extraño y nada reconocido parentesco en una película tan infravalorada como El Puente (Juan Antonio Bardem, 1977) . Que este film no haya alcanzado el estatus de culto que merece sólo puede explicarse por la incapacidad del cine español (extensible al resto de nuestra cultura) de saber venderse. Pero esa es otra historia, y otras carreteras… aunque sean bajo el mismo sol.
El sol de verano, de agosto, del ferragosto, y del insaciable “picor de niki”. A vivir que son dos días. (José Rubio Fontál – RevistaVanityFair.es)
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