Día: 12 de julio de 2024

  • Dogfight (Nancy Savoca – 1991)

    Dogfight (Nancy Savoca – 1991)

    Dogfight transcurre en San Francisco, durante 1963. La víspera de su partida a la guerra del Vietnam, un grupo de jóvenes marines realizan una cruel apuesta: cada uno pone 50 dólares. El que acuda con la chica más fea a la fiesta de despedida, se llevará todo el dinero.

    • IMDb Rating: 7,3
    • RottenTomatoes: 86%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Dogfight, dirigida por Nancy Savoca y escrita por Bob Comfort, es uno de esos pequeños tesoros del cine norteamericano que pocos conocen y también muy pocos lamentablemente conocerán, una película minúscula que da vuelta la doble fórmula estándar del acervo hollywoodense en lo que atañe a faenas del corazón, por un lado esquivando el presente y centrándose en una época pasada, ardid espaciotemporal que no tiene que ver con la romantización histórica del período elegido, la década del 60, sino con la idea de fondo de que el amor y los ataques/ prejuicios/ intentos de sabotaje que éste recibe del entorno son eternos, y por el otro lado consagrándose en cuerpo y alma al drama romántico y anulando lo que podría haber sido un sustrato cómico de estudiantina bobalicona orientado a captar la atención, precisamente, de los oligofrénicos de siempre que sólo conocen la vertiente mainstream tontuela de la cultura, asimismo invirtiendo lo esperable al poner de relieve el corazoncito indie del opus y de sus dos responsables máximos, léase un Comfort dedicado casi exclusivamente a los guiones televisivos y esa Savoca con una carrera tendiente a unificar diversas propuestas industriales y under que a decir verdad no llegaron al nivel de calidad de Dogfight, su única película destacable junto a If These Walls Could Talk, de 1996, aquella recordada antología televisiva codirigida por Cher, producida por Demi Moore y emitida por HBO acerca de las distintas experiencias de las mujeres en torno al tópico del aborto, todo a través de tres episodios que transcurrían en 1952, 1974 y ese mismo 1996. El grueso del relato se centra en un día sin especificar de noviembre de 1963, justo en los momentos previos al asesinato del 22 del presidente John Fitzgerald Kennedy en uno de los quiebres más importantes dentro del imaginario popular vernáculo en lo que respecta a la confianza en el poderío de Estados Unidos y el supuesto carácter sacrosanto de sus instituciones, puestas en ridículo de manera tácita mediante el asesinato del líder máximo del país, claro indicio tanto para la izquierda como para la derecha del abanico político de que nadie es intocable, la fragilidad o crisis comunal está a la vuelta de la esquina y las embestidas bien planificadas pueden provocar consecuencias inmensas dentro del entramado hegemónico.

    En Dogfight Eddie Birdlace (River Phoenix) es un miembro muy joven de la Infantería de Marina que llega a San Francisco junto con su grupo de tres compañeros, Berzin (Richard Panebianco), Benjamin (Mitchell Whitfield) y Oakie (Anthony Clark), con un permiso de 24 horas antes de partir hacia una base militar en Okinawa, en Japón, y desde allí a Vietnam dentro del contexto de las primeras movilizaciones de tropas por parte del gobierno yanqui, aún sin comunicarlo al cien por ciento a la población en general ni tampoco a los combatientes. Una tradición bien execrable de la Marina es la “pelea de perras” o “dogfight”, tal el título original del film, una competencia en la que los varones seducen en la calle a la mujer más fea posible para llevarla a una fiesta nocturna en un bar y desfilar con ella ante los ojos del jurado, también sus pares, los cuales eligen a un ganador que se lleva el pozo que haya quedado después de pagar la comida y el alcohol, para lo que cada uno de los muchachos colaboró con una suma variable de dinero. Birdlace selecciona a Rose (Lili Taylor), una tímida mesera de un restaurant familiar en propiedad de su madre, también llamada Rose (Holly Near), y la lleva al mentado bar en medio de simpatías mutuas que se vienen abajo cuando la chica descubre el secreto gracias a Marcie (Elizabeth Daily), la cita del eventual ganador, Berzin, una prostituta a la que contrata para que se saque la dentadura postiza y lo lleve a coronarse campeón. Mientras que sus tres cofrades se tatúan unas abejas y se hacen practicar sexo oral por otra furcia en un cine porno que proyecta The Immoral Mr. Teas, del querido Russ Meyer, Eddie trata de reconquistar a Rose y lo logra invitándola a cenar en un restaurant lujoso, acompañándola a un club nocturno de la movida preferida de ella, la musical folk de protesta de aquellos años, y compartiendo unos momentos románticos en una sala de juegos. La flamante pareja ingresa sigilosamente a la casa de ella, para no despertar a su madre, y hacen el amor vía esa torpeza entrañable de la adolescencia y luego se separan prometiéndose escribirse. Entre Berzin y Birdlace surge un pacto de silencio porque el primero lo vio con la “muchacha fea” de la fiesta y no con la esposa de un oficial como no se cansa de repetir y el segundo descubrió, gracias a esa Rose que charló con Marcie, que hizo trampa en la competencia contratando a una profesional.

    Se podría decir que Dogfight recupera ciertos elementos del clasicismo narrativo del Hollywood de antaño, como por ejemplo una fotografía apaciguada ahora a cargo de Bobby Bukowski, un cuidado meticuloso para con la humanidad de los personajes y sus preocupaciones y una gran banda sonora que se condice con la sensibilidad de los protagonistas, hoy con Rose dominando el rubro -Eddie no es un experto musical ni mucho menos- de la mano de bellas composiciones de Malvina Reynolds, Woody Guthrie, Ricky Nelson, Joan Baez, Muddy Waters, Lenny Welch, Pete Seeger, Van Morrison, John Fahey y el imprescindible Bob Dylan, de quien aparece en pantalla la extraordinaria Don’t Think Twice, It’s All Right, perteneciente al álbum The Freewheelin’ Bob Dylan (1963), sin embargo ello no es del todo cierto porque el opus de Savoca responde más al cine indie de los 80 y 90, apuntalado en una sencillez que esconde visceralidad y desenfado, antes que a la prototípica movida retro o nostálgica de la derecha cinéfila que viene aburriéndonos con tantas referencias explícitas a esta o aquella película y a este o aquel director sin conseguir construir por cuenta propia una obra que le llegue a los talones de las aludidas, quedándose en el homenaje estéril y prolijo que va directo al olvido por un conservadurismo siempre en pose y sin garra o cojones de por sí. En este punto hay que sincerarse y aseverar que gran parte del encanto naturalista, sincero y ultra despojado de la realización es responsabilidad exclusiva del maravilloso dúo de actores protagónicos, hablamos primero del malogrado y genial Phoenix, quien en su corta carrera hasta su muerte por sobredosis/ intoxicación de cocaína y de heroína en 1993 a los 23 años supo destacarse además en Explorers, de Joe Dante, Stand by Me, de Rob Reiner, The Mosquito Coast, de Peter Weir, Running on Empty, de Sidney Lumet, Indiana Jones and the Last Crusade, de Steven Spielberg, I Love You to Death, de Lawrence Kasdan, My Own Private Idaho, de Gus Van Sant, Sneakers, convite de Phil Alden Robinson, y The Thing Called Love, de Peter Bogdanovich, y segundo de esa querida Taylor de Arizona Dream, de Emir Kusturica, Short Cuts, de Robert Altman, The Addiction, de Abel Ferrara, I Shot Andy Warhol, de Mary Harron, Cosas que Nunca te Dije, de Isabel Coixet, Pecker, de John Waters, High Fidelity, de Stephen Frears, Factótum, odisea de Bent Hamer, The Notorious Bettie Page, otra de Harron, Starting Out in the Evening, de Andrew Wagner, y la célebre The Conjuring, de James Wan, entre muchas otras interpretaciones por parte de una actriz heterogénea y en verdad talentosa que no ha recibido su merecido reconocimiento. Comfort por momentos parece contraponer el cinismo y la manipulación social que llegan desde las cúpulas administrativas y que en una escena denuncia Berzin, esa condena bélica que cuelga sobre las cabezas de los marines sin siquiera saberlo, y toda la impetuosidad y franqueza del pueblo que se lanza hacia el vacío a mitad de camino entre la curiosidad y la atracción hacia lo desconocido, encarnado en el affaire de una noche que propone el relato.

    A diferencia de tantas películas previas que banalizaban el motivo de la fealdad y la belleza según los antojadizos parámetros sociales del momento, y asimismo distanciándose de ese tono de sermón demacrado de la corrección política más insulsa correspondiente a tantas epopeyas del corazón del nuevo milenio en materia de dejar hiper en claro que no se debe discriminar a nadie baja ninguna circunstancia, Dogfight simplemente se consagra a pintar las cosas como son en la praxis con los machos y las hembras mofándose los unos de los otros en función de su carácter, apariencia, predisposición, idiosincrasia y variados preconceptos y gustos, todo sin pretender construir una perorata ni misógina ni misándrica porque aquí lo importante es subrayar que el afecto puede surgir en cualquier circunstancia y en muchísimas ocasiones producto de un contexto de humillación implícita como el de la “pelea de perras” de la pantalla, gran prueba de que todo el mundo se sirve de todo el mundo de una u otra forma y que a veces alguien puede aprender de sus errores y pretender corregirlos. En este sentido el Birdlace de Phoenix en un personaje muy bien construido porque el guión no exacerba la uniformidad y violencia militar pero tampoco le resta importancia a nivel de la solidaridad para con sus compañeros de la Marina, detalle enfatizado mediante los tatuajes pueriles de abejas que se hacen en sus brazos, y en lo que al sustrato pendenciero de Eddie se refiere, algo que queda de manifiesto en la escena del restaurant elegante cuando se la agarra con un maître soberbio (Dale Garman) porque en un principio le prohíbe el ingreso al lugar por no llevar saco y corbata, yendo de inmediato a comprar la vestimenta requerida en un local de segunda mano y después ridiculizando al jefe del comedor a la vista de todos los clientes. La Rose de Taylor, por su parte, constituye un contrapeso sensible frente a la rigidez latente de su amado y es la verdadera catalizadora de la faceta tierna del marine, mujer que sintoniza mucho mejor con el zeitgeist de los 60 ya que literalmente está obsesionada con el proto folk de izquierda de Guthrie, Seeger, Baez y el primer Dylan y anhela ella misma convertirse en una cantautora comprometida con la contracultura, los movimientos civiles, las causas ambientales, los derechos de los obreros y estudiantes, el desarme nuclear, el pacifismo y aquellas fases iniciales del Flower Power y el hippismo, ejemplificadas en el corolario de 1966 y en el desfasaje de un Birdlace que se perdió el nacimiento de la revolución sexual. El asesinato de Kennedy, ocurrido luego de la separación obligada de la pareja, como decíamos antes funciona como la destrucción definitiva de la inocencia a lo coming of age/ bildungsroman/ narración de aprendizaje que hace estallar la burbuja hermética del amor a través de la profundización de la paranoia norteamericana, las divisiones entre izquierda y derecha, los alcances de la Guerra Fría y su semblante visible y más trágico, esa Guerra de Vietnam en la que mueren Benjamin, Oakie y Berzin y de la que Eddie regresa en los minutos finales con una cojera por una pierna destrozada debido a la carga explosiva de un mortero del Vietcong, debacle que simboliza el quid calamitoso de la adultez así como el hecho de que Rose herede el restaurant de su madre hace las veces de la dimensión más reposada de la vida que dejó atrás aquel dejo naif para ponderar una madurez responsable, precisamente por ello el abrazo de ambos del final equivale no sólo al cariño recuperado o la solidaridad por el estrés postraumático sino a la reconciliación de las dos caras del destino, la lunática/ cruenta y la lógica/ natural/ afable… (Emiliano Fernández – Metacultura.com.ar)

  • Boxcar Bertha (Martin Scorsese – 1972)

    Boxcar Bertha (Martin Scorsese – 1972)

    Boxcar Bertha Thompson es una joven de la era de la Gran Depresión que al perder a su padre se une a un controvertido líder sindical llamado Bill Shelley. Acusados de comunistas por un grupo de conservadores y perseguidos por una corrupta compañía de ferrocarriles que busca venganza contra Shelley, la vida de Bertha se convierte en una permanente huida por el mundo del crimen y un emocionante capítulo de la historia americana.

    • IMDb Rating: 6,0
    • RottenTomatoes: 53%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Los años sesenta son, para el cine americano, un híbrido. Por un lado, son los estertores del antiguo sistema de estudios, con un cine estancado en unos modos y maneras clásicos que ya no responden a la realidad y a las ambiciones de su público. Por otro lado, es un permanente laboratorio de experimentación, transformación y cambio muy influenciado por las corrientes foráneas, preferentemente europeas. Los primeros pasos de John Cassavetes y el resto del New American Cinema eclosionan con el éxito popular de películas que como Bonnie & Clyde o Easy Rider, nacidas de la oportunidad que nuevos productores dan a los talentos emergentes surgidos de los suburbios de Hollywood y de las televisiones y teatros de Nueva York, inician una senda en el cine norteamericano que, de manera intermitente, se mantendrá como hegemónica durante unos diez años, hasta que los nuevos sistemas de producción, distribución y publicidad implantados como resultado de los multimillonarios éxitos de The Godfather, The Exorcist, Jaws y Star Wars transformen para siempre el cine estadounidense hasta convertirlo en su mayor parte en el catálogo de vaciedades que se exhibe impúdicamente en las carteleras de todo el mundo para su vergüenza y nuestra consternación. Uno de los supervivientes de aquella generación que intentó cambiar el cine de Hollywood para bien de entre los que mejor se adaptaron a los nuevos tiempos (no hay más que ver cómo ha disminuido exponencialmente la calidad de sus trabajos a medida que se han ido volviendo más acomodaticios y complacientes) es Martin Scorsese, que tuvo algo más de cuerda que el resto. Su película de 1972, Boxcar Bertha, la segunda de su filmografía, no sólo es ejemplar en cuanto a la presencia de ese nuevo aire fresco del cine americano de los sesenta y setenta, sino que permite comprobar cómo ha evolucionado la carrera de Scorsese, sus temas y sus ambiciones, en cuarenta años de trayectoria.

    Boxcar Bertha no podría entenderse sin dos influencias notables: la primera, la de la película de Arthur Penn, de la que Boxcar Bertha parece una versión empequeñecida en lo presupuestario, afeada en lo estético y aligerada en cuanto a estrellas en su reparto, por más que temáticamente contenga un buen puñado de puntos de conexión; la segunda, la de su productor, Roger Corman, alejado durante estos años de su prolongada querencia a las películas de terror de serie B, a las adaptaciones de relatos de Lovecraft o Edgar Allan Poe y a la presencia de Vincent Price, y atraído enormemente por las películas situadas en las décadas veinte y treinta del siglo XX (como sus propios filmes The St. Valentin’s Day Massacre, de 1967, o Bloody Mama, de 1970, en la que un jovencísimo Robert De Niro y un desgarbado Bruce Dern, entre otros, forman un grupo de hijos devotos de su madre, Shelley Winters, además de una banda de violentos y crueles atracadores). A esta doble influencia hay que sumar la subrepticia presencia de la estructura del western, el enfrentamiento entre la ley y los bandidos, los episodios de violencia a él asociados y el entorno rural y de campo abierto donde tiene lugar buena parte de la historia, en localizaciones del viejo sur de Estados Unidos.

    Así, Scorsese construye en Boxcar Bertha, con guión de Joyce y J. William Corrington inspirado en hechos reales, la historia de Bertha (una jovencísima Barbara Hershey), una huérfana que en compañía de un joven sindicalista (David Carradine), un fullero y tramposo jugador (Barry Primus) y un músico negro (Bernie Casey), luchan violentamente contra el ferrocarril de un magnate sin escrúpulos (John Carradine), mezclando en su comportamiento el inconsciente idealismo de los jóvenes impresionados por las igualitarias y justicieras ideas de izquierdas y el ansia de dinero «fácil» con el que salir de su estado de pobreza y miseria. La película, erigida sobre la estructura de road movie, de huida permanente, ya sea en coche o en tren, de un grupo de perseguidos por la justicia, a un ritmo vertiginoso, está salpicada de capítulos románticos (escenas de sexo entre Carradine y Hershey rodadas no sin lirismo y sensibilidad) y violentos (atracos, tiroteos, asaltos a trenes, fugas carcelarias, persecuciones), así como de bellas imágenes de los exteriores del sur de Estados Unidos, aunque un poco atolondradas y descuidadas en el mejor estilo Corman. Pero la película no evita la reflexión y una postura abiertamente contestataria propia de aquel nuevo cine cuyo futuro se truncaría pocos años más tarde.

    En primer lugar, sitúa la acción en el sur de Estados Unidos, lo que da pie, a través del personaje de Bernie Casey, a examinar los vestigios de la discriminación racial presentes en su sociedad y que la Guerra de Secesión, terminada apenas sesenta o setenta años antes del periodo en el que se inicia la historia que cuenta la película, no eliminó sino que enraizó. Por otro lado, la policía, las fuerzas de la ley retratadas en la película, no son ni mucho menos personajes positivos, sino seres corruptos, violentos, autoritarios, brazos armados al servicio de unos intereses económicos que chocan con las ansias de supervivencia, dignidad y libertad de las masas campesinas y trabajadoras, o de los jóvenes que no tienen futuro. Por último, utilizando para eso un nuevo guiño al western (el ferrocarril como metáfora de la inminente e inevitable llegada de una modernidad transformadora del mundo conocido a costa de penurias y sacrificios), la película critica el desarrollismo fundamentado en las fortunas particulares, los macroproyectos económicos que no redundan en un beneficio para toda la comunidad, sino para unos pocos. Lejos de justificar la violencia del grupo de atracadores, Scorsese expone las causas de su irrupción, de su fracaso, de la imposibilidad de otro futuro. Los personajes afrontan su destino con resignación (incluso cuando Bertha, con todo el resto de la banda en prisión, asume el ejercicio de la prostitución para sobrevivir), al mismo tiempo que sus antagonistas sólo se rigen por la ambición. Esta imposibilidad de conciliación eclosiona en un impactante final, rodado con maestría, en el que se percibe la alargada sombra de los westerns de Peckinpah, y que encuentra en el final del personaje de Bill, el sindicalista al que da vida David Carradine, la expresión metafórica del contenido ideológico de la cinta.

    Scorsese filma con pericia anunciadora de su enorme capacidad para narrar, se apunta un buen puñado de hallazgos visuales y también unos cuantos aciertos en la composición de planos, aunque los ajustes presupuestarios y la huella de Corman se noten en buena parte del metraje y también del montaje. Especialmente destacan las escenas en las que aparece Bertha-Hershey (ingenua y salvaje, tosca y sensual, violenta y bellísima), el crucial final de la película, con Bertha corriendo junto al tren que se lleva a Bill, y, en el plano metacinematográfico, las secuencias en las que John y David Carradine comparten escenario y planos.

    Una película que avanzaba el enorme talento de Martin Scorsese, que eclosionaría dentro de esa misma década con los títulos más decisivos de su carrera, antes de que (quizá por el abandono de las drogas que durante aquel tiempo fueron parte importante de su inspiración y de su actividad), especialmente por su ansia de supervivencia comercial, su cine se fuera apartando cada vez más de la autoría para abrazar los cánones más comerciales y alimenticios, a través de los cuales, sin embargo, ha obtenido un gran éxito mediático que, no obstante, no es ni comparable al reconocimiento artístico que sus mejores títulos siguen disfrutando hoy en día. (39Escalones.com)

  • The Bikeriders (Jeff Nichols – 2023)

    The Bikeriders (Jeff Nichols – 2023)

    The Bikeriders está ambientada en los años 60, y sigue el ascenso de un club de motociclistas del medio oeste, los Vandals. El club pasa, en el transcurso de una década, de ser un lugar de reunión para forasteros locales a convertirse en una banda más siniestra, que amenaza el modo de vida único del grupo original.

    • IMDb Rating: 7,1
    • RottenTomatoes: 81%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Hay autores infravalorados y está Jeff Nichols. Un heredero directo del cine estadounidense de los años setenta (sin lugar a duda, la mejor etapa de su historia), Nichols es un director y guionista que rechaza las estructuras narrativas provenientes de los géneros cinematográficos para contar historias sobre personas, como debe ser.

    Antes asociado a su colega y amigo David Gordon Green (el director de las estupendas George Washington, All The Real Girls y Joe, que tristemente perdió su rumbo haciendo pésimos refritos de franquicias de terror), Nichols nos ha entregado una filmografía exquisita conformada por cinco títulos tan impactantes como poco vistos, de estilo naturalista, con un fuerte énfasis en el desarrollo de personajes y el uso de escenarios rurales y pequeños pueblos de la Norteamérica, para explorar temas universales ambientados en la periferia. Sus películas a menudo abordan cuestiones de familia (Shotgun Stories, Mud), identidad (Loving) y la lucha personal contra fuerzas más grandes, ya sean sociales, naturales o sobrenaturales (como es el caso de Take Shelter y Midnight Special).

    Su sexta película reúne todos los intereses anteriores (excepto lo sobrenatural) y quizás es la mejor de todas. Quienes han visto las cintas de Nichols sabrán que estas son palabras mayores. The Bikeriders está basada en el libro del reportero gráfico Danny Lyon (aquí interpretado por Mike Faist de Challengers) y básicamente es una crónica sobre el ascenso y caída de la cultura de los Vandals, un grupo de harlistas de Chicago que alcanzaron su máximo auge en los años sesenta.

    Del mismo modo como Cameron Crowe lo hizo para esta revista con las agrupaciones The Allman Brothers Band, Led Zeppelin y The Eagles, Danny Lyon acompañó a varios harlistas a través de los años para indagar y adentrarse a su cultura (Crowe terminaría dirigiendo su propia película al respecto, Almost Famous, la cual terminaría siendo todo un clásico).

    Sin embargo, Nichols conforma su cinta no como una comedia, sátira o historia de amor, sino como una fusión entre los westerns crepusculares de Sam Peckinpah y los relatos sobre la vida criminal de Martin Scorsese. Estamos hablando de una cinta que Tarantino desearía que hubiese sido su canto de cisne.

    Tom Hardy nos entrega una impresionante e impecable imitación de Marlon Brando interpretando a Johnny, un camionero esposo y padre de familia que queda prendado al ver al actor interpretando al líder de una pandilla de motociclistas en The Wild One por la televisión y quien decide convertir lo que vio en la pantalla en una realidad.

    Su mano derecha es Benny, el cual es encarnado magistralmente por Austin Butler, un actor que nos sorprendió como Elvis, se robó el show como el villano de la segunda parte de Dune, y que ahora logra confeccionar un personaje colmado de peligro, sexualidad y masculinidad. Butler, con su mezcla entre el estoicismo de Al Pacino en The Godfather, la belleza de James Dean en las tres películas que nos dejó (East of Eden, Giant y Rebel Without a Cause) y el atractivo de un joven Mickey Rourke, brilla en la pantalla como nunca y todos los que lo vean lo amarán o querrán ser como él. Esta es una prueba más del colosal talento y carisma de este joven que inició su carrera en series insulsas para preadolescentes como Hannah Montana, iCarly y Zoey 101.

    La mujer en medio de estos dos hombres y quien narra la mayor parte de la historia es Kathy, la novia y luego esposa de Benny, quien es asumida por Jodie Comer, la estupenda actriz de The Last Duel, una joven de clase media que abandonó su vida cómoda y tranquila para vivir en medio de esta jauría de perros locos y hambrientos, vestidos con trajes de cuero y equipados con caballos de acero, como el fortachón Cockroach (Emory Cohen); el leal Brucie (Damon Herriman); el motociclista californiano Funny Sonny (Norman Reedus) y los nobles Corky (Karl Glusman) y Wahoo (Beau Knapp); y el excéntrico Zipco (encarnado por Michael Shannon, el actor fetiche de Nichols), entre otros. Todos ellos, como Hardy, Butler y Comer, construyen sus personajes con precisión quirúrgica y energía desatada.

    Por supuesto, The Bikeriders referencia a Easy Rider de Dennis Hopper, una de las películas más populares sobre motociclistas, pero aquí los filósofos existencialistas de la carretera son reemplazados por un grupo de vagos sin una misión clara que viven bajo normas salvajes y brutales y que se reúnen al aire libre para correr sus motos, golpearse unos a otros y tomar muchas cervezas. En este sentido, la cinta se acerca más a The Outsiders de Coppola, con esos desorientados jóvenes rebeldes sin causa ubicados en la periferia o a The Loveless, la olvidada cinta debut de Kathryn Bigelow protagonizada por Willem Dafoe, con sus absurdos rituales de pandilla y un estilo de vida ajeno a las normas sociales estandarizadas.

    The Bikeriders es un claro homenaje a estos individuos de espíritu libre que ya son parte del pasado, como los vaqueros del lejano oeste. Gracias a unas actuaciones sobresalientes y al experto trabajo de su director y guionista, el homenaje va mucho más allá, para convertirse en una obra cinematográfica de una tremenda potencia. Esta es una cinta enmarcada para la posteridad. (André Didyme-Dome – RollingStone.com.es)