Día: 12 de abril de 2024

  • Mikey and Nicky (Elaine May – 1976)

    Mikey and Nicky (Elaine May – 1976)

    En Mikey and Nicky, Nick es un matón judío que ha empezado en el oficio hace poco pero ya tiene problemas y su vida corre peligro. Para intentar solucionarlo llama a su mejor amigo, Mikey, para que le ayude a ocultarse y averiguar la identidad del individuo que debe matarle.

    • IMDb Rating: 7,4
    • RottenTomatoes: 79%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    No sería disparatado que alguno crea recordar a Mikey and Nicky como una película de John Cassavetes. No solo muchos de los elementos formales, psicológicos y temáticos se han visto en las películas del realizador de Shadows sino que hasta el propio director, en su entonces más popular profesión actoral, es uno de los protagonistas. ¿El otro? Peter Falk. ¿Es una película de Cassavetes? No, no lo es. De a poco, al verla, se irán dando cuenta de las diferencias.

    Es otra de esas películas que, en principio, tampoco parecen tener una «temática femenina», algo que en esa época parecía casi una obligación a la hora de tener a una mujer como directora, algo más que improbable en la industria cinematográfica de los ’70. Pero Elaine May (la tercera mujer realizadora en la historia de Hollywood después de Dorothy Azner e Ida Lupino) no era una directora cualquiera. Mitad de la dupla Nichols & May (sí, con otro director, Mike Nichols), Elaine era una comediante ácida, sagaz y muy inteligente. Juntos fueron una de las duplas cómicas más célebres de los ’60, parte fundamental e la generación que cambió el concepto del stand up humorístico, alejándolo de la estructura de chiste/remate y acercándolo al hoy ya establecido tono observacional.

    Mikey and Nicky puede tener poco de comedia (aunque, a su manera, la tiene) pero mucho de observacional. Es uno de esos films que transpiran su densidad urbana en cada poro (Filadelfia, en este caso) a partir de contar la historia de una complicada amistad masculina en medio de una persecución mafiosa. Cassavetes encarna, con su acostumbrado y febril nerviosismo, al tal Nicky, un mafioso de poca monta que ha acumulado una fuerte deuda con su jefe Dave (encarnado por el célebre maestro de actores Sanford Meisner) y que está encerrado en un departamento, físicamente enfermo y temiendo por su vida. Su viejo amigo y compañero de aventuras Mikey (Peter Falk) es quien se encarga de cuidarlo y protegerlo. O al menos eso es lo que parece.

    A lo largo de una larga noche urbana que hace recordar a la posterior After Hours seguimos a esta dupla de amigos de la infancia con un historial de problemas entre ellos (algo que el guión va dando a conocer de a poco) que acaba por salir del escondite en cuestión, aún a sabiendas que un coche, conducido por Ned Beatty, parece perseguirlos a través de la ciudad con planes siniestros. En esa recorrida urbana –en distintos medios de transporte o caminando– van metiéndose en un cementerio, en un bar, enredándose innecesariamente en nuevos problemas e involucrándose con Nell (Carol Grace), una mujer solitaria que los acogerá en medio del peligro de la noche y de quien se aprovecharán.

    Estamos ante lo que hoy podría leerse como un clásico relato de «masculinidad tóxica». Dos hombres ásperos, un tanto violentos y bastante misóginos compiten en una curiosa lucha personal por algún tipo de supremacía o de control sobre el otro. Nicky es el más evidentemente «impresentable» de los dos, con sus comportamientos egoístas a flor de piel, pero el aparentemente más «humano» Mikey quizás termine siendo aún más cruento, jugando un largo juego de retribuciones que puede tener consecuencias trágicas.

    Pero si bien uno podría pensar en ellos como una dupla fastidiosa e insoportable, May encuentra ángulos de humanidad en ambos, formas en las que el espectador puede conectar con ellos a través de sus inseguridades, sus celos y su mutuamente dependiente relación. En ese sentido, la película parece ser una clara inspiración para Uncut Gems, de los hermanos Safdie, film que posee similar nervio narrativo, escenario urbano y de «mafia judía» (en su caso de Nueva York, aquí de Filadelfia) y que hace eje en un personaje con muchos puntos de común –digamos, un miserable que nos cae bien– con los de Mikey y Nicky.

    Con un grano de 16mm que atraviesa la pantalla (la copia que tiene Mubi no parece tener ningún trabajo de restauración digital), Mikey and Nicky va dando paso de a poco a que los personajes habiliten sus zonas más oscuras y, si se quiere, crueles. Es la historia de una amistad capturada en un momento violento e intenso, pero que tiene un pasado enorme que iremos conociendo de a poco. Nicky no siempre ha sido un buen amigo de Mikey y el hombre parece haber siempre soportado a su más desaforado colega a lo largo de una vida de desatenciones y ninguneo. En la noche en la que los conocemos y, especialmente, después de un par de agresiones, da la impresión que Mikey llegó a un punto de no retorno.

    Los puntos en común con el cine de Cassavetes son visibles en la longitud de los planos, la «suciedad» de la imagen y en este tipo de personajes masculinos pasados de rosca y siempre al borde del ataque de furia. May también trabajó filmando horas y horas, con un guión sólido, pero siempre dejando que los actores siguieran de largo aportando sus propias ideas para esos personajes que les caen, evidentemente, como anillo al dedo. La escena con Nell, vista ahora, es llamativamente áspera y dolorosa, especialmente en la manera en la que ambos manipulan la necesidad de compañía de esta mujer sola para sus propias urgencias sexuales y disimulada competencia interna. Y para Mikey es la gota que rebalsa el vaso de la tolerancia y la paciencia que tiene para con su amigo.

    La película tuvo un largo y complicado proceso hasta su estreno (se filmó en 1973 pero las peleas entre May y el estudio estiraron su salida comercial hasta 1976) y en su momento no tuvo ni el éxito ni el reconocimiento de anteriores películas de May, como A New Leaf y The Heartbreak Kid. Aún dentro del cine neoyorquino de los ’70 (Mikey and Nicky se estrenó el mismo año que Taxi Driver), la película es de una aspereza y oscuridad no apta para un estudio como Paramount. Hoy sería inimaginable una película así siendo estrenada por una de las llamadas majors. Estamos ante un film que respira independencia en cada uno de sus muy cinematográficos fotogramas.

    Más que una película sobre las brutales formas de la masculinidad, Mikey and Nicky es un drama sobre la amistad (en «the city of brotherly love», nombre con el que se conoce a Filadelfia), aunque no necesariamente el más optimista en ese sentido. La de ellos es una relación despareja, con uno de los dos siempre aprovechándose del otro, de su bonhomía, de su tolerancia, de su afecto, sin tener en cuenta el resentimiento que puede ir generando con cada uno de sus gestos. Pero a Nicky (como a Mikey y a todos los personajes del film, incluyendo el chofer del auto que los sigue) lo que lo lleva a actuar como actúa es la casi patológica necesidad de compañía, la incapacidad de resolver las cosas por sí mismo y el miedo feroz a quedarse solo ante el vacío que son todos los demás. (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)

  • Lara (Jan Ole Gerster – 2019)

    Lara (Jan Ole Gerster – 2019)

    Es el 60 cumpleaños de Lara, a quien no le faltan motivos para celebrarlo: su hijo Viktor va a dar el concierto de piano más importante de su carrera. Ella fue quien proyectó y guió su trayectoria musical, pero llevan varias semanas sin hablar y nada parece indicar que Lara será bienvenida en su debut como intérprete profesional. Sin pensárselo dos veces, compra todas las entradas que quedan a la venta y las distribuye entre cuantos se va encontrando. Pero cuanto más se esfuerza para que la velada sea un éxito, más se descontrola todo.

    Premio Especial del Jurado y Mejor Actriz en el Festival de Karlovy Vary 2019

    • IMDb Rating: 7,0
    • RottenTomatoes: 85%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Tras su exitoso largometraje debut, Oh Boy, el cineasta alemán Jan-Ole Gerster regresa a Karlovy Vary (así como a la sección New German Cinema del Festival de Múnich) con Lara, una cinta que integra la selección oficial y que es tan deliciosamente fría que sorprende no ver vapor saliendo de las bocas de los personajes mientras hablan. La película demuestra una vez más que el cine sería mucho más pobre si no fuera por esos padres autoritarios que empujan a sus hijos a conseguir todo lo que nunca consiguieron ellos y más, alienándolos entre odiosas clases de tenis y un concierto de piano. Aunque hay algo que resulta familiar en la historia de Lara (Corinna Harfouch), que está a punto de cumplir 60 años el mismo día en que su hijo Viktor (Tom Schilling), un prodigio del piano, da un concierto cuyas entradas se han agotado, no por ello deja de ser efectiva en ciertos momentos.

    Esto es principalmente gracias a su actriz principal —de forma bastante similar a lo que sucede con Isabelle Huppert en La Pianiste—, con su oído entrenado y su indumentaria, marcada por vestidos conservadores y una melena de cabello pelirrojo. No hay duda de que estamos ante una interpretación excelente, así como sutil, pues se compone tan solo de algunas muecas y caladas al cigarro; casi se puede oler la disfunción.

    Pero Lara no es un monstruo: eso pondría las cosas demasiado fáciles. Simplemente no puede evitar ser como es, no puede dejar de colar un comentario sarcástico horas antes de que el espectáculo clave de la carrera de su hijo (y un comentario nivel experto, pues esta mujer sabe dónde hay que pinchar), ni despreciar a un niño al que acaba de conocer. «Ni coraje, ni ambición. Pobrecitos, tus padres», le suelta, en lo que es una extraña versión del síndrome de Tourette con palabras hirientes que van brotando con fluidez, casi para su propio asombro. Pero sus actos se explican por algo más que crueldad, pues, hace mucho tiempo, a Lara se le negó el futuro que quería, y todavía siente rencor hacia los que ahora tienen oportunidades; aunque sean parientes, los pobres desgraciados.

    Es todo un placer intentar leer sus pensamientos mientras sonríe al oír que sus excompañeros de trabajo la odiaban sin excepción, o cuando parece desesperar, dando entradas del concierto a absolutos desconocidos. Todavía quiere impresionar a los demás, aunque sea a través de los logros de su hijo, pues esta mujer, que una vez fue «delirantemente ambiciosa», dio su vida por fracasada y se propuso arruinársela a él. Gracias a ello, estamos ante algo más que una cinta sobre una retorcida ambición materna; quizás, es también un análisis de cómo las mujeres son educadas para buscar la validación ajena, ansiando aceptación o la confirmación de que efectivamente merecen el primer puesto y toda la atención que conlleva.

    Pero también es posible que no sea esto en absoluto, y ahí es donde comienza la diversión, pues no se puede predecir lo que Lara pueda hacer y por qué, ya que ella es el resultado de relaciones de familia que convierten el gesto más sencillo, como que alguien traiga una tarta, en un campo de minas. Krzysztof Zanussi habló una vez sobre la vida como una enfermedad de transmisión sexual, y lo mismo podría decirse sobre este hogar feliz en el que el sufrimiento reprimido desde hace tiempo va emergiendo y atormentando a la siguiente generación, pues a Gerster no le interesan las reconciliaciones fáciles. Y francamente, a Lara tampoco. (Marta Balaga – CinEuropa.org)

  • Tótem (Lila Avilés – 2023)

    Tótem (Lila Avilés – 2023)

    En Tótem Sol es una niña de siete años que pasa el día en casa de su abuelo, ayudando en los preparativos de una fiesta sorpresa para su padre. A lo largo del día, el caos se apodera poco a poco de la familia, fracturando sus cimientos. Sol abrazará la esencia de dejarse llevar como una liberación para la existencia.

    Mejor Película, Mejor Directora y Premio del Público en el Festival de Morelia 2023

    • IMDb Rating: 7,1
    • RottenTomatoes: 97%

    Película (Calidad 1080p)

     

    Tras un exitoso debut con La Camarista, de 2018, la directora mexicana Lila Avilés ha presentado Tótem, su nuevo filme, en la sección oficial en la Berlinale, proponiendo una historia de tintes teatrales, situada íntegramente en una misma localización y a lo largo de un día de celebración, cuyo ritual festivo-funerario dispara una progresión narrativa y dramática paciente, sostenida con inteligencia.

    La acción se desarrolla dentro de una enorme casa familiar, cuyos muros comienzan a reflejar la decadencia física y económica de sus habitantes. La pequeña Sol (Naíma Sentíes) llega a este espacio, al que no pertenece, en el que no vive, a celebrar el cumpleaños de su padre. Se ha puesto un disfraz de payaso y carga un racimo de globos de helio, ansiosa, esperando la reacción de su sorpresa. Desde los primeros minutos del metraje, Sol manifiesta una curiosidad atípica sobre la muerte, preguntando a los adultos acerca del tema con insistencia o buscando en internet la fecha exacta del fin del mundo. Aunque tal vez no acabe de entender lo que significa, pues parece equiparar este concepto abstracto con la fecha de un cataclismo, su mente inocente está contaminada de la información que conoce de manera parcial y simplificada: Tonatiuh (Mateo García Elizondo), su joven padre, está enfermo y recluido en casa con sus dos hermanas (notables Monserrat Marañón y Marisol Gasé), tías de Sol, y el abuelo. Pintor de profesión, ha ordenado destruir todos los cuadros que ha hecho a lo largo de su vida, incapaz ya de mantener esperanza alguna.

    Lejos de antojarse opresivo, el interior de la casa, distribuido en varios espacios, ofrece a Sol algo así como una manifestación visual que representa a sus tías, primos y primas, con quienes no tiene un contacto habitual. Deambula por las habitaciones, transitando a veces pasivamente como un espectro, sin que nadie le explique algo del terror arcano que asola el ambiente. Pregunta y pregunta hasta el cansancio y la respuesta siempre es la misma: su padre no puede verla ahora mismo; luego tampoco, porque necesita reposo para estar fuerte durante la fiesta. La habitación a la que no la dejan entrar, como negada por una fuerza superior, es la de Tonatiuh.

    En cada rincón de la casa ocurren pequeñas cotidianidades impregnadas de una promesa funesta a vuelta de la esquina. El adusto abuelo de Sol, marcado por un cáncer lejano que se le llevó la garganta, está obcecado únicamente en podar el bonsái del invernadero trasero, mientras espanta a escobazos a un ave rapaz —de evidente simbolismo— que se ha encaprichado con el techo de cristal. Las tías se ocupan de los preparativos y reciben la visita de una curandera, que limpia la casa de malos espíritus en un espectáculo entre lo patético y lo cómico que deja perpleja a la niña. Pese a los esfuerzos, todo apunta hacia la ruina y la desaparición; no queda más que esperar. Todos saben o intuyen lo que está por ocurrir y finge —o se esfuerza por fingir— estar organizando todo para una celebración cualquiera. El débil Tonatiuh yace tirado en su habitación, oculto por la tremenda vergüenza de mostrar su cuerpo menguante a sus allegados, convertido casi en un objeto, castigado por el dolor. Cuando consigue recuperar por fin un aliento y está próximo a su descenso hacia el patio, a la última fiesta a la que han venido además todos sus amigos y conocidos, comparte en la habitación antes prohibida un sencillo momento de cariño e intercambio de regalos con su hija. Ella le regala a él un pequeño recipiente con semillas cuyas formas aleatorias al caer sobre una superficie se pueden interpretar; él le regala a ella su último cuadro, el único no destruido, pintado en la convalecencia y con enorme dificultad, en el que figuran todos sus animales favoritos: un tótem destinado a convertirse en futuro consuelo, en único vestigio.

    La enfermedad parece en Tótem no solamente una eventualidad trágica, sino también una suerte de compañía intrínseca a la familia, a cada uno de sus miembros. El cáncer vive en el cuerpo de Tonatiuh, como lo hizo anteriormente en la madre fallecida y el padre, cuya voz ha sido sustituida por un aparato electrónico. La fiesta, por lo tanto, se presenta entonces con un cariz funeral absoluto como una parte más del proceso hacia el Apocalipsis, hacia la destrucción del hogar. Él se encuentra en un estado físico y emocional casi de no-existencia, habiendo rechazado cualquier tratamiento médico como la quimioterapia, decisión que, bromea, se debe a su vanidad y el deseo de continuar conservando su pelo intacto, y, en consecuencia, abocado únicamente a la morfina y la ayuda de Cruz (Teresita Sánchez), enfermera, confidente y trabajadora del hogar, cuyos ojos cariñosos y serviles sí parecen ser capaces de ver claramente esta progresiva destrucción de la familia que, consigo, acarreará la de la casa misma, al soplar las velas de la última tarta de cumpleaños.

    El guión de Tótem, que ha firmado también Avilés, consigue un correcto equilibrio entre lo natural y el artificio, las palabras orgánicas y el contenido más meta-argumental, y se sostiene gracias a la dinámica de los episodios conversacionales. La relación simbiótica de cada personaje con el espacio que ocupa aporta dinamismo al discurrir de la trama, a modo de pequeños compartimentos que van encajando uno encima de otro, formando una torre condenada al colapso. Si bien presta atención sobre todo a la niña protagonista, consigue alternar con solvencia el desarrollo de los hermanos y hermanas, y sus mecanismos de conducta para hacer frente a la situación. Además impregna a la cinta de pequeñas secuencias y elementos cargados de simbolismo —por ejemplo la mantis religiosa sobre la mano del enfermo, casi inerte como una planta—, que sacan lustre al resultado en su conjunto. Así Tótem se erige como un trabajo sólido, un segundo gran paso en la filmografía de Avilés, cuya presencia en el festival atestigua no solo su talento, sino la inventiva y creatividad del cine latinoamericano actual. (Luis Enrique Forero Varela – ElAntepenúltimoMohicano.com)

  • Strange Days (Kathryn Bigelow – 1995)

    Strange Days (Kathryn Bigelow – 1995)

    En Strange Days faltan dos días para la llegada del año 2000 y las calles de Los Ángeles están abarrotadas de gente. Lenny, que ha sido expulsado de la Brigada Antivicio, se dedica a la captación de clientes para venderles unos clips que reproducen las vivencias de otras personas.

    • IMDb Rating: 7,2
    • RottenTomatoes: 73%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Si se pregunta a cualquier aficionado de la ciencia ficción qué es lo que entiende por ciberpunk como género, lo más probable es que lo primero que surjan sean referencias a cuestiones estéticas como coches voladores, personajes con modificaciones cibernéticas o corporales o ciudades de aspecto futurista llenas de hologramas, luces de neón o incluso robots. No obstante, el asociar el género con una estética (por especial que dicha estética sea) ha conllevado que muchas obras que se adscriben a dicho género ignoren las ideas y temas más relevantes del mismo mientras que aquellas películas que sí saben manejar dichos aspectos pero carecen (bien por decisiones creativas o presupuestarias) de dicha estética sean injustamente invisibilizadas. Strange Days (Kathryn Bigelow, 1995), una película que precisamente por estos factores fue infravalorada en su momento y olvidada hasta que, años después de su estreno, fuera recuperada como obra de culto, es en sí misma la explicación de lo que el verdadero género ciberpunk debería aspirar a ser.

    Strange Days tiene lugar en un Los Angeles futurista en el que existe una nueva y revolucionaria tecnología que permite grabar y revivir de manera virtual recuerdos que son comprados y vendidos de manera clandestina por individuos como Lenny, un policía retirado que sigue obsesionado con Faith, su antiguo amor, la cual hace tiempo que le ha abandonado para en su lugar mantener una relación con un poderoso empresario musical. Cuando Lenny descubre unas grabaciones que contienen asesinatos de mujeres realizados por un perverso y misterioso asesino, se verá implicado en una conspiración que implicará tanto a Faith como a algunos de los grandes peces gordos de la ciudad, contando únicamente con la ayuda de su fiel amiga Lornette.

    Strange Days, lejos de lo visto en otras películas del género, apuesta por una visión del futuro relativamente cercana al presente, sin grandes avances tecnológicos fuera de aquellos en torno a los que gira la trama. Lejos de suponer un problema a la hora de abordar los grandes temas del género, esto permite a la película tomárselos más seriamente y de una forma más cercana al espectador. Uno de los aspectos fundamentales del género es la confrontación entre naturaleza humana y tecnología, y más precisamente los riesgos para la preservación de la primera a consecuencia del crecimiento de la segunda. En esta obra, Bigelow explora el tema a través de la memoria. La tecnología de la película permite revivir antiguos recuerdos y vivir de forma casi permanente en el pasado. Pero esta tecnología también hace que estos recuerdos se terminen convirtiendo en una cárcel que impida a los personajes avanzar. A medida que personajes como Lenny consumen el pasado como si de una droga se tratara, se muestran también incapaces de avanzar hacia su propio futuro. El protagonista de la cinta se aferra a los recuerdos de su ya terminada relación con Faith de la misma forma que un alcohólico se aferra a una botella, pero además, la misma tecnología que le permite sentir un poco de felicidad al vivir en la sombra de su pasado es la que le está impidiendo dejar atrás dicho pasado y permitir que su herida emocional se cierre. La tecnología, por lo tanto, cambio de una felicidad virtual e irreal, consume su espíritu al impedirle pasar por el proceso natural de duelo y superar su pasado.

    La parte humana, por el otro lado, viene de su relación con Lornette, la cual es, a diferencia de la que le ofrece la tecnología con los recuerdos de Faith, real y humana, simbolizando por lo tanto su futuro. La capacidad para crear una nueva relación y reconciliarse con su pasado a la vez que sienta las bases de su presente y su futuro es algo que se ve cercenado por una tecnología que, al alterar el funcionamiento mismo de la psique humana y la manera en que esta procesa los recuerdos, le impide avanzar como ser humano y crecer a partir de sus experiencias pasadas, distorsionando por lo tanto su visión del mundo y de sí mismo. Su naturaleza humana, así, se ve alterada por una tecnología que corrompe la misma mente humana. El utilitarismo aparentemente objetivo propio de los avances tecnológicos choca de este modo frontalmente con lo humano y emocional. Porque tener la tecnología de revivir recuerdos de forma virtual puede ser algo que parezca beneficioso sobre el papel, hasta que esto comienza a alterar la propia humanidad de quien es víctima de esta aparentemente beneficiosa tecnología.

    Presentar un avance tecnológico que existe a costa del sacrificio de algunos de los aspectos básicos de nuestra humanidad es una de las esencias mismas del ciberpunk, y la película logra manejarlo de una manera que no solo invita a la reflexión, sino que también forma parte del viaje emocional y dramático de los propios personajes. Es quizá en la integración de sus temas más elevados con su narrativa más humana en donde esta película brilla con más fuerza. En apariencia, puede parecer una historia sobre unos personajes que tratan de resolver unos misteriosos asesinatos, pero en el fondo, estamos ante una historia de una persona luchando para proteger su humanidad de una tecnología y un mundo profundamente antihumanista. La película, si bien maneja ideas complejas, no va a tratar de ser pedante mediante reflexiones pretenciosas sobre temas complejos, sino que utiliza a sus personajes como vehículo para explorar esas ideas mientras cuenta una historia aparentemente sencilla. La alteración de la memoria y el impacto de la misma en la percepción propia es una de las grandes piedras angulares del ciberpunk. Este concepto ya se explora en películas como en la muy infravalorada Cypher (Vincenzo Natali, 2002) o incluso en filmes mucho más conocidos como en Matrix (Lilly Wachowski, Lana Wachowski, 1999), pero si en las citadas obras la tesis circula sobre el concepto de transformación de la identidad y de la percepción del yo a través del manejo de la memoria, en el caso de Strange Days estamos ante una lectura diferente de dicha idea, que prefiere centrarse en el impacto que la manipulación tecnológica y, en último término, la mercantilización de la memoria humana puede tener tanto en el individuo como en el conjunto de la sociedad. Si en otras obras ciberpunk la alteración del ser humano se produce a través del transhumanismo y la modificación corporal, en Strange Days esta invasión del cuerpo humano se hace a través de la mente, alterando la percepción humana al permitir vivir los recuerdos de otras personas y por lo tanto desdibujando los límites del individuo y de la precepción propia y ajena.

    Otro de los aspectos más filosóficos del ciberpunk que la película sabe manejar es el de la confrontación entre una sociedad alienante y un individuo que trata de recuperar su individualidad. Si bien en los mundos que proponen las películas de este subgénero es habitual que se nos presenten sociedades aparentemente libres, no es menos cierto que dicha libertad suele ser únicamente superficial, estando el individuo sometido a un poder autoritario «blando» que no utiliza las formas clásicas de coerción (como puede ser la violencia) sino que elimina la independencia de los individuos de formas mucho más sutiles, a través del condicionamiento social, la economía o la tecnología. Es por eso una constante en el género un modelo de lucha por la libertad que en poco se parece a los que estamos acostumbrados, en el que el individuo no ha de pelear para romper sus cadenas, sino para darse cuenda de que existen. En el caso de Lenny, sus cadenas son la dependencia que tiene por los recuerdos de Faith, los cuales le han llevado a una espiral autodestructiva. Pero en un sentido más amplio, es la incapacidad de toda una sociedad de conectar con la realidad y recurrir en su lugar a recuerdos virtuales, lo que representa una de las formas de alienación más brutales nunca vistas en el cine de ciencia ficción. Una prisión no para los cuerpos, sino para las almas de las personas, frente a la cual la película parece reivindicar la esperanza en el futuro.

    La gran cualidad de la obra de Bigelow radica en lo hábil que es a la hora de mezclar todas éstas ideas con unos personajes profundamente humanos, en especial el protagonista, Lenny. Constantemente vemos en él la confrontación entre aquello que el personaje quiere (recuperar su relación con Faith) y lo que necesita (superar el pasado). Es así que el avance tecnológico que plantea la película encaja totalmente con el drama humano y el estudio de personajes que la historia aborda, logrando el perfecto equilibrio entre lo humano y lo tecnológico, lo emocional y lo científico, que caracteriza a la buena ciencia ficción. Todo ello está, además, aderezado con los préstamos que la película toma de géneros como el cine negro, el thriller o incluso la acción, lo cual ayuda a mantener una cadencia narrativa muy sólida.

    Incluso sin la necesidad de recurrir a una ciencia ficción excesiva o una imaginería futurista, el mundo que plantea la directora también recoge los elementos básicos del ciberpunk, en especial al reflejar una sociedad en decadencia con unas instituciones cívicas en colapso que han sido sustituidas por grandes poderes privados únicamente interesados en la satisfacción de sus propios intereses, así como una gradual desaparición de la clase media. No es necesario el añadir elementos futuristas para crear en el espectador la sensación de que se está viendo una visión de un futuro nada agradable de lo que la sociedad puede llegar a ser si las decisiones equivocadas son tomadas. Como nota no tan positiva puede señalarse que el mensaje de crítica sociopolítica de la película, centrada en la desigualdad racial de EE. UU. (no olvidemos que estamos ante una película rodada en los noventa y por lo tanto muy influenciada por los disturbios raciales que en esa época tuvieron lugar en Los Angeles), si bien correcta en todo momento, resulta a la postre un tanto superficial e hipersimplificada, algo que si bien no representa per se un punto negativo, si hace que esa faceta de comentario político de la película se sienta un poco coja con respecto al resto de temas que son tratados.

    Un punto especialmente positivo a destacar es, sin duda, el de sus personajes. Por un lado, el guion sabe exactamente como escribir a seres humanos polifacéticos, complejos y que en todo momento se sienten reales. Incluso aquellos que disponen de menos tiempo en pantalla muestran una profundidad y un carisma que transforma la película en este puzle en el que todas las piezas encajan de manera precisa. Son los personajes, y lo bien que están escritos, los que hacen que el mundo que plasma en la pantalla la directora se sienta siempre creíble. A esto hay que añadir unas interpretaciones absolutamente brillantes por parte de todo el reparto, desde un carismático Ralph Fiennes absolutamente impecable en su rol de pícaro de buen corazón hasta una Angela Bassett que llena de matices a su personaje. Pero incluso aquellos actores que tienen menos tiempo de pantalla, como Tom Sizemore, consiguen gracias a su interpretación dar alma a unos personajes que en manos de interpretes menos habilidosos pudieran haber resultado un tanto caricaturescos. Todo ello acompañado por unas escenas de acción excelentes hechas de forma artesanal (marca de la casa del cine de acción de los noventa) y una dirección habilidosa que en todo momento sabe qué historia quiere contar.

    Al inicio de esta crítica, nos referíamos a cómo es habitual desde ciertas voces el criticar a determinadas obras del género ciberpunk por carecer de la estética que habitualmente asociamos a dicho género, ya sean humanos con cuerpos modificados, coches voladores o edificios hiperfuturistas. Pero lo que Strange Days demuestra es que el verdadero ciberpunk no consiste en nada de eso (salvo quizá a un nivel más bien superficial), sino que su valor radica en las ideas que explora. Cuestiones como el impacto social y humano de un avance tecnológico no limitado por la ética, la lucha entre lo artificial y lo humano o el conflicto entre una sociedad altamente alienante y el individuo que busca proteger su independencia frente a ella son las ideas donde radica realmente la esencia del ciberpunk, y Strange Days es una película que no solo entiende magistralmente estas ideas, sino que (y esto es lo más importante a lo que siempre va a aspirar un filme) sabe como usarlas para contar una historia fascinante. (Roberto H. Roquer – RevistaCintilatio.com)