Día: 27 de febrero de 2023

  • Modelo 77 (Alberto Rodríguez – 2022)

    Modelo 77 (Alberto Rodríguez – 2022)

    Modelo 77 transcurre en Barcelona en 1977. Manuel, un joven contable, encarcelado y pendiente de juicio por cometer un desfalco, se enfrenta a una posible pena de entre 10 y 20 años, un castigo desproporcionado para la cuantía de su delito. Pronto, junto a su compañero de celda, Pino, se une a un grupo de presos comunes que se está organizando para exigir una amnistía. Se inicia una guerra por la libertad que hará tambalearse al sistema penitenciario español. Si las cosas están cambiando fuera, dentro también tendrán que hacerlo.

    • IMDb Rating: 7.0
    • RottenTomatoes: 100%

    Película (Calidad 1080p)

     

    Alberto Rodríguez es uno de los mejores directores de cine de España. No lo digo yo, su propia obra habla por él: incluso los más reacios a admitir que en nuestro país también hay una buena filmografía se vuelcan con La Isla Mínima o Grupo 7. Sabe cómo tocar las teclas que hacen que una película sea al mismo tiempo retrato de personajes y diversión para el gran público, espectacularidad y crítica social en una mezcla que ha mejorado hasta alcanzar casi la perfección.

    Modelo 77 cae en los tópicos carcelarios, sí: es más, en ocasiones se baña en ellos sin vergüenza. Pero al mismo tiempo está rodada con un pulso firme, unas secuencias escandalosamente bien dirigidas y un grupo de actores que, Miguel Herrán aparte (muy despistado, que parece estar en otro guion), podría arrasar sin problemas en cualquier gala de premios de este año. Si estáis preparados para meteros entre rejas, poneos el traje y preparaos para un repaso del inicio de la democracia desde el sitio menos esperado: la Modelo de Madrid.

    Modelo 77 es una película carcelaria, con todo lo que ello conlleva: esto no es Dos Años y un Día y no puede permitirse obviar los abusos policiales en la época de la Transición. Vais a ver todo lo que estais esperando: el patio de presos, los apuñalamientos, los registros por sorpresa, las palizas, las noches en la celda solitaria… Pero la cinta se niega en rotundo a quedarse en el retrato simplón que ya hemos visto mil veces antes, y los típicos tópicos carcelarios son solo el envoltorio de un estudio de personajes fascinante en un lugar y una época que el cine no ha explorado del todo.

    Es cierto que Manuel, el protagonista, va a tiro hecho: su evolución de personaje ocurre de manera fortuita al inicio de la película y sus vaivenes emocionales suponen una pequeña molestia para el ritmo de la película, que vive a su sombra. Pero a su lado están un buen montón de secundarios con su propia vida, sus dolores, sus ansias de libertad, traiciones, contradicciones y, en definitiva, vida.

    Los presos de la cárcel de Alberto Rodríguez se sienten vivos en todo momento, hablan como personas, se relacionan y comportan como seres humanos privados de libertad pero no de inteligencia. Si lo fácil hubiera sido caer en el Malamadre de turno (sin desprecio a la estupenda Celda 211), aquí tenemos a Pino, un acomodaticio preso acostumbrado a estar entre rejas que ha hecho de la celda su vida y que no se plantea, por pura desesperanza, salir al exterior. Javier Gutiérrez hace uno de los mejores papeles de su vida poniendo cara al personaje más fascinante de la película y uno de los más increíbles del cine español en los últimos años, que en cada susurro («Os dejo encerrados fuera, cabrones») expresa más que cientos de actores gritando desconsoladamente.

    Rodríguez no quiere contar un biopic, ni falta que le hace. Ambientando la película en la Modelo, a mediados de los 70, el propio contexto histórico se vale y se sobra para contar decenas de pequeñas historias de la historia que poco importan si están basadas en hechos reales o son pura ficción: el problema moral de los presos peligrosos que también pedían amnistía, el asesinato a sangre fría por parte de los funcionarios, la revolución interna, las ansias de cambio en un tiempo gris… Aunque suene, una vez más, a tópico, el contexto histórico es el verdadero protagonista de la cinta.

    Gris. Ese es el color que define Modelo 77, una representación de la sociedad de la época: había llegado la democracia, sí, pero los que mandaban seguían siendo los de siempre. Y es esta contradicción, que al principio la propia película se niega a aceptar y después apuntala de forma exasperante, la que le da a la cinta un tono sombrío, de dolor continuo, de pérdida de esperanza: incluso cuando los presos dan dos pasos hacia delante, las porras y la impunidad política les hacen dar tres para atrás.

    No todo es un camino de rosas durante el visionado de una película demasiado alargada, claro: el director convierte su obra en otra muy diferente en sus minutos finales, haciendo que el drama político carcelario se vista de una cinta de suspense y acción que, a pesar de su solvencia, no le hace ningún bien. La tensión dramática desaparece por completo, los personajes son simples caricaturas de lo que eran, eliminando de un plumazo sus matices, como si tuviera prisa por acabar. Es una pena, porque si no fuera por estos últimos momentos, Modelo 77 sería una película sobresaliente, solo a la zaga de La Isla Mínima en la carrera de su director.

    Modelo 77 es espectacular en su desarrollo gracias a una dirección que nunca evita la espectacularidad: podría haber sido una película repleta de silencios y llantos, pero en su lugar la cámara siempre está en movimiento, la trama nunca deja de dar otro giro y el guion es vibrante, repleto de frases lapidarias y momentos que, basados en los hechos reales, es capaz de crear una fabulosa recreación cañí.

    Hace tiempo que no veíamos en el Festival de San Sebastián una inauguración tan potente como esta, una cinta de primer nivel y uno de los ejemplos más claros de que la historia de España está repleta de pequeños momentos que dan lugar a grandes, grandísimas historias. Modelo 77 es una película que llegaba con grandes expectativas y que, por suerte, las cumple sobradamente. Nada que envidiar a nadie, por más que algunos se empeñen, una vez más. (Randy Meeks – Espinof.com)

  • The Ipcress File (Sidney J. Furie – 1965)

    The Ipcress File (Sidney J. Furie – 1965)

    En The Ipcress File a A Harry Palmer no le gusta el mundo del espionaje, pero no conoce otro tipo de vida. En esta ocasión, la misión de Harry consiste en localizar al doctor Aubrey Richards, que ha desaparecido teniendo en su poder un valioso archivo que puede haber llegado a manos del enemigo. El gobierno también teme que Richards haya sido sometido a un lavado de cerebro, como ya había pasado con otros dos científicos británicos…

    Película Inglesa, Mejor Fotografía y Mejor Dirección Artística en los Premios BAFTA 1965

    • IMDb Rating: 7,2
    • RottenTomatoes: 85%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Hubo un tiempo no demasiado lejano en el que el cine de espías era algo más que un espectacular desenfreno de frenética acción y explosiones con protagonistas que la mayoría de las veces recuerdan mas a superhéroes que a agentes secreto, una tendencia que ha terminado por cargarse incluso a James Bond (aunque el siempre fue un caso aparte). Para desintoxicarme de todo ello he saldado una cuenta que tenía pendiente desde hace mucho, ponerme a ver la serie de películas que Michael Caine protagonizó en los sesenta interpretando al espía británico Harry Palmer, y aunque la espera ha sido muchísimo más larga de lo que tendría que haber sido, lo que me he encontrado ha valido muchísimo la pena.

    Cuando uno de los principales científicos británicos desaparece en misteriosas circunstancias y su escolta es asesinado, saltan todas las alarmas en el Ministerio de Defensa. Este no es más que el último de una serie de extraños casos en el que dieciséis de los más importantes científicos del país han desaparecido o abandonado sus carreras de forma más que sospechosa. Al no confiar en el departamento que llevaba la seguridad e investigación de estos casos, el Ministerio traslada allí al sargento Harry Palmer (Michael Caine), un agente con un pasado poco limpio y famoso por su insubordinación y su poco amor por el trabajo, pero muy eficiente cuando se lo propone. Sus poco ortodoxos métodos no tardan en dar frutos y descubre que el asunto es muchísimo más complicado que un simple caso de sabotaje entre potencias enemigas y que las ramificaciones de este se extienden a todos los niveles, un descubrimiento que le pondrá en el punto de mira de esas misteriosas fuerzas.

    Desde siempre me han encantado las historias de espías, los dobles juegos, las traiciones… Pero este género perdió buen aparte de su encanto con la caída del muro de Berlin y la URSS y ha terminado degenerando en muchos casos en una orgia explosiva. Por eso ha sido agradable mirar atrás y reencontrarme con un tipo de historia más cercana a la realidad que poco o nada tiene que ver con lo que nos quieren vender hoy en día. Eso se debe sobre todo a que las películas de Harry Palmer, basadas en la serie de novelas escritas por Len Deighton, nacieron con la intención de ser la antítesis del espía por excelencia de la época, James Bond, algo que resulta curioso si tenemos en cuenta que muchos de los responsables de esta película lo eran también de la franquicia de 007, empezando por el propio productor de ambas Harry Saltzman.

    Por todo ello en The Ipcress File no vamos a encontrar ni rastro del glamour o las exóticas localizaciones del personaje de Ian Fleming, ni superagentes armados con la más alta tecnología viviendo una vida de lujo y desenfreno mientras se enfrentan a villanos megalómanos que quieren conquistar el mundo. Por el contrario el mundo de Harry Palmer es sucio y traicionero, los espías representados aquí son aburridos y reemplazables funcionarios del gobierno que tienen que cumplir con unos horarios de oficina y se pasan el día pateando las calles, hablando con sus informantes, rellenando papeleo y cuyo modesto salario no les permite vivir con demasiados lujos.

    Estas diferencias son una de las cosas que mejor hace funcionar la película, dependiendo el resto del gran talento de todos los implicados en la misma. Destaca sobre todo el gran trabajo de un Michael Caine que se encontraba en aquel momento en uno de los mejores momentos de su carrera y que con una aparente sencillez nos transmite a la perfección como este sarcástico y apático personaje de Harry Palmer no cumple con su trabajo por amor al mismo, por vocación o por patriotismo, sino porque se ve obligado a ello, una obligación que trata de cumplir con el mínimo esfuerzo posible, una actitud que el propio Michael Caine ha parecido tener en más de un momento de su carrera.

    Pero el resto del equipo de la película no se queda atrás. Sidney J. Furie, a quien deberíamos recordar por esta película (y por The Entity) y no por haber dirigido Superman IV, consigue mantenernos en tensión durante toda la película gracias sobre todo a apoyarse en un sutil guion firmado por Bill Canaway y James Doran que no necesita telegrafiar lo que está sucediendo y que deja al espectador llegar a sus propias conclusiones, algo que se agradece en esta época en la que algunas películas parecen tratar a los espectadores como idiotas y literalmente necesitar que algún personaje explique lo que está sucediendo en pantalla. Pantalla de la que es difícil apartar la vista gracias al trabajo del director de fotografía Otto Heller, quien exprimió las posibilidades que le daba un formato de grabación recién introducido en la época. Y todo ello acompañado por una hermosa banda sonora compuesta por el grandísimo John Barry. Estaba claro que Harry Saltzman sabia de quien debía rodearse para hacer una gran película.

    The Ipcress Files tuvo dos secuelas más en la década de los sesenta, Funeral in Berlin (1966) y Billion Dollar Brain (1967) y otras dos más treinta años después, Bullet to Beijing (1995) y Midnight in Saint Petersburg (1996), películas cuyas reseñas acabaran pasando por aquí en su debido momento y que espero que al menos con las dos clásicas, me dejen tan buen sabor de boca como me ha dejado esta gran y clásica historia de espías. (M’Rabo Mhulargo – BrainStomping.com)

  • Women Talking (Sarah Polley – 2022)

    Women Talking (Sarah Polley – 2022)

    En Women Talking las mujeres que integran una colonia religiosa tratan de reconciliarse con la fe tras haber sufrido una serie de agresiones sexuales.

    • IMDb Rating: 7,1
    • RottenTomatoes: 91%

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    El afterschool special es un concepto muy arraigado en la cultura norteamericana, caracterizado por películas educativas pensadas para un público escolar, adolescente, en las que se trata de enseñarles algunas importantes lecciones sobre la vida, lecciones que van cambiando con el correr de las épocas. Viendo Women Talking no podía evitar la sensación de estar viendo una versión modernizada y arthouse de ese mismo tipo de programas, una película pensada de un modo didáctico, educativo, correcto desde un punto de vista político pero prácticamente nulo desde casi todos los demás. El film de Sarah Polley es el «afterschool special» de la era del #MeToo. Está pensado como una lección sobre casi todos los temas que rodean este momento del zeitgeist cultural del mundo.

    Pero también puede ser visto como parte de otra tradición, la del teatro «políticamente comprometido» de los años ’30 o ’40, con obras armadas y estructuradas como alegorías para representar algún tema importante de algún momento histórico. En Women Talking hay una serie de personajes que representan distintas ideas, generaciones y actitudes en un lugar puramente simbólico (una «colonia») en el que tienen que lidiar con la violencia masculina brutal que ha sido ejercida sobre ellas durante años. El hecho concreto es terrible, pero Polley lo usa como excusa para concientizar sobre algo que, a esta altura, casi todo el mundo que vea esta película ya tomó claramente conciencia.

    En una comunidad religiosa que parece menonita o similar –a primera vista todo parece transcurrir hace siglos o décadas pero pronto veremos que no es tan así– sucede un raro fenómeno que los hombres del lugar califican de místico, fantástico. Durante varios años mujeres de, literalmente, todas las edades, amanecen ensangrentadas, golpeadas, violadas y violentadas. No parece haber explicación y ellos dicen que se trata de Satán, de algún tipo de fantasma o criatura mítica. Pero rápidamente –en la película, no en la historia basada en un hecho real que sucedió en Bolivia– las mujeres descubren que son un grupo de hombres de la comunidad los que violan a las chicas, drogándolas con tranquilizantes para animales y luego escapando sin ser vistos o denunciados.

    Rápida y didácticamente Polley muestra que a las enojadas mujeres de la colonia les dan tres opciones para responder a esta agresión. Una es callarse la boca, no decir nada y dejar todo como está. Otra es quedarse y presentar batalla, luchar contra una comunidad machista en la que las mujeres ni siquiera tienen permitido aprender a leer y a escribir. Y la tercera es irse de allí todas, aún cuando eso les cueste –según la religión que profesan– la entrada al paraíso. Las mujeres votan y, enseguida, la primera opción pierde. Pero las otras dos empatan en votos. Y deben juntarse ocho mujeres en un cobertizo a debatir, analizar y discutir qué es lo que deben hacer. Como dirían en aquella canción de The Clash: ¿deben quedarse o irse?

    Y allí se dispone una suerte de pieza teatral que, por más pequeños desvíos visuales (hacia personajes que están afuera de la «asamblea» o a anécdotas o imágenes del pasado), se presenta con un formato claramente armado para ser llevado a un escenario con «un gran elenco» de importantes actrices. Aquí las que representan los distintos puntos de vista son tres. La principal es Ona (Rooney Mara), cuya idea es quedarse y tratar de convencer a los hombres de cambiar su manera de tratar a las mujeres. Está por ser madre, tiene cierto interés romántico por August (Ben Whishaw) –quien acompaña a las mujeres en el salón para tomar nota de lo dicho ya que ellas no saben escribir– y posee una sonrisa beatífica que no se le termina de borrar por más historias de terror que se cuenten.

    Más intensas son Mariche (Jessie Buckley) y Salomé (Claire Foy). La primera quiere irse a toda costa, cansada de lidiar con los hombres de la comunidad y con lo que le han hecho a ella y a su familia. Y la segunda, igual o más enojada, prefiere quedarse y hacer crecer la tensión, si hace falta, de manera violenta. Judith Ivey encarna a Agata y Sheila McCarthy a Greta, dos mujeres más grandes y madres de las tres protagonistas, que tratan de combinar sabiduría y algunas banales anécdotas para dar a conocer sus ideas y experiencias. Y pasará también Frances McDormand, pero lo suyo es casi un acto de severa presencia.

    Polley transforma un planteo provocativo y complejo en una suerte de «reunión de consorcio» un tanto agotadora en la que ni siquiera hay una sólida coherencia interna. Los personajes cambian todas de punto de vista (que lo haga una vaya y pase, pero acá son todas), todas explican y se explican con términos que claramente no son propios y hay hasta una serie de inclusiones de personajes que están ahí para dejar en claro que la película también tiene tiempo para ocuparse de personas con sexualidades diferentes y hasta del prototípico «hombre bueno» que deja en evidencia que, bueno, no todos son iguales algo que, literalmente, un personaje dice en voz alta.

    La novela de Miriam Toews se publicó en 2018 en plena aparición del #MeToo y fue un impacto, un fuerte llamado de atención. Cuatro años después, la película no solo llega un poco tarde a impartir lecciones básicas sobre un tema sobre el que todxs ya aprendimos bastante sino que lo hace con los recursos más pedestres imaginables y sin imaginación alguna. Es corrección política en su versión más rancia, menos imaginativa, sin una mínima creatividad puesta en generar algo más que lo que se adivina desde un principio. Quizás la única decisión fuerte y lograda de la película sea la de, directamente, no mostrar ni por un segundo a los hombres de la comunidad y mucho menos las atrocidades que cometieron.

    Las sólidas actuaciones (Foy, Buckley y Mara son excelentes actrices) hacen que ciertos textos ampulosos u obvios sean tolerables, pero mientras uno los escucha se da cuenta que esta misma conversación, en manos de actrices y una directora menos talentosas, podría ser intragable. Obvia, reiterativa, visualmente chata y con momentos «oscarizables» cada cinco minutos (cuando la cámara se acerca despacio a un rostro ya podemos advertir que se viene otro clip apto para ceremonia de premios con música ad hoc), Women Talking es tan básica desde lo cinematográfico que uno ni siquiera logra tomársela del todo en serio. Y escuchar risas incómodas en una película sobre un tema tan grave es una pésima señal.

    El problema de gran parte de las críticas llamativamente positivas y celebratorias que recibió la película es que parecen estar escritas desde el temor a no ser visto como un «aliado» o desde la simple coincidencia ideológica. Pero el cine –y también el teatro, al que esto se le parece más– es más que estar de acuerdo con lo que se plantea o con lo que dicen los personajes. Y todo eso, acá, no está, se lo llevó puesto el peso de la lección a impartir. Women Talking peca de tediosa y repetitiva cuando podría haber sido intensa y provocativa. Una pena (Diego Lerer – MicropsiaCine.com)