Día: 17 de octubre de 2022

  • Audrey Rose (Robert Wise – 1977)

    Audrey Rose (Robert Wise – 1977)

    Bill y Janet Templeton tienen una hija de once años llamada Ivy que sufre terribles pesadillas. Elliot Hoover trata, en vano, de convencerlos de que el alma de su hija Audrey Rose, muerta con su madre en un accidente de tráfico, se ha adueñado de Ivy

    • IMDb Rating: 6,0

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Audrey Rose tuvo una gran repercusión en su momento, ya que venía con un tema nuevo como era la reencarnación, y apareció en una época en que estaba de moda el cine de horror con niños poseídos – arrancando con Rosemary’s Baby (1968), y siguiendo por The Exorcist (1973) y The Omen (1976) -. En sí no es un filme de terror sino un thriller con toques sobrenaturales. Al mando del filme estaba el veterano Robert Wise – autor de innumerables clásicos como The Day the Earth Stood Still (1951), The Haunting (1963), The Andromeda Strain (1971), Sound of Music (1965), Star Trek: The Movie (1979)… y la lista sigue -. Aún con Wise y el novelista Frank De Felitta (The Entity) a bordo, Audrey Rose no termina de cerrar demasiado. Es como si el autor hubiera estirado demasiado la novedad de la anécdota, volviéndola redundante y algo aburrida.

    Posiblemente el atractivo del proyecto para Robert Wise tenga que ver con su formación en la escuela de Val Lewton. Lewton era un especialista en terror psicológico, prefiriendo sugerir a mostrar y dejando que la imaginación hiciera el resto. En sí, Audrey Rose es un filme eminentemente Lewtoniano – no hay monstruos ni asesinos, el suspenso pasa por los diálogos y lo sobrecogedor es toparse con una experiencia sobrenatural que supera nuestra capacidad de entendimiento -. Es posible que el autor De Felitta haya viajado a la India y se haya enamorado de sus creencias religiosas, porque al momento de transplantar la idea al papel termina por convertirse en un canto a la reencarnación. Entre las citas y la presencia de un maestro hindú (como testigo de la defensa), hay un esfuerzo acalorado porque el público compre la premisa.

    Pero el problema es que el filme se la pasa dando círculos alrededor de la idea, y recién avanza sobre el final, con la escena de la regresión hipnótica. Incluso uno piensa de que el enfoque está mal encarado y que termina por arruinar todo el suspenso; en vez de que Anthony Hopkins revele toda su historia sobre la reencarnación a los 15 minutos del filme, hubiera sido preferible seguir un camino más tradicional; por ejemplo, de que la chica tuviera pesadillas, de que los Templeton la hipnotizaran, que allí hubiera mencionado pistas y de que la familia terminara por encontrar a Elliot Hoover para descubrir que Audrey Rose había reencarnado en su hija. Incluso, si yo hubiera escrito el guión, hubiera hecho de que las edades de Audrey Rose e Ivy Templeton fueran coincidentes. En cambio aquí Audrey Rose falleció a los cinco años, e Ivy Templeton ha sufrido pesadillas desde los seis, las que se han puesto peor desde que apareció Elliot Hoover en la historia. Si al menos Audrey Rose hubiera muerto a los once años, ahora veríamos que Ivy ha caído en una espiral porque se acerca la fecha de vencimiento de su alma.

    Pero no fue así. Hopkins abre la boca, liquida todo el suspenso, y lo sigue es un tedioso conflicto familiar, más gente hablando de reencarnación, y todo desemboca en una drama tribunalicio que no resulta muy real. El segundo tercio es bastante denso y poco interesante, posiblemente porque el autor De Felitta pierde la perspectiva a favor de la idea que lo entusiasma – están juzgando a Anthony Hopkins por secuestro, no por una tutela compartida de su hija reencarnada -. Cuando por fin la historia avanza, se termina en diez minutos. Al menos De Felitta tiene la valentía de no mostrar un final feliz, pero no termina de ser satisfactorio.

    Lo más destacable de Audrey Rose es la excelente perfomance de Susan Swift como la niña de marras. Su desempeño en la escena de la hipnosis es brillante. Pero por el resto, le falta una horneada. Uno no termina por entender las acciones de los adultos – es como si fuera un divorcio de tres personas peleando por la tutela de la chica, y sin importarle el daño que le pueden causar -. Y aún cuando tiene sus momentos y está la perfomance de Susan Swift, Audrey Rose no es ni apasionante ni sobrecogedora, ni siquiera muy entretenida. Está ok, es solvente pero queda a medio camino de explotar todas las posibilidades de la premisa. (Alejandro Franco – PortalArlequín.com)

  • Petite Nature (Samuel Theis – 2021)

    Petite Nature (Samuel Theis – 2021)

    En Petite Nature, y con solo diez años, Johnny es un niño completamente autónomo y con algunas responsabilidades impropias de su corta edad, como cuidar de su hermana menor. Además, ayuda en casa, es aplicado en la escuela y ha aceptado con madurez la separación de sus padres. A pesar de las limitaciones del contexto social en el que crece, e inspirado por las lecciones académicas y vitales de un profesor, el niño se abre a los secretos y las vicisitudes del mundo adulto.

    • IMDb Rating: 7,0
    • FilmAffinity: 7,1

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    La vida no es igual de fácil para todo el mundo y las dificultades suelen comenzar en la infancia. Sobre esta afirmación tan poco discutible como emocionalmente demoledora se asienta el guion de Petite Nature (Softie es el tìtulo internacional) con el que el actor Samuel Theis se inicia en solitario en la dirección de largometrajes tras su aclamado debut a trío con Party Girl (Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger, Samuel Theis, 2014) que fue galardonada con el premio a mejor ópera prima en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y recibió también la nominación al César y a los Premios del Cine Europeo en la categoría que premia a las mejores primeras películas.

    Johnny (un asombrosamente natural Aliocha Reinert) se ve obligado, a sus diez años, a ejercer de cuidador de su pequeña hermana ante la ausencia de una figura paterna y la desidia de su joven madre (Melissa Olexa) que, con tendencia a beber más de la cuenta, ha renunciado a cualquier aspiración de salir de la vida miserable a la que se ha acomodado y a la que, a su vez, intenta acomodar a sus tres hijos. Mientras su hermano mayor ha encontrado refugio coqueteando con la marginalidad, Johnny no se resigna a perpetuar una vida gris, con el trabajo poco gratificante y mal remunerado al que parece abocado por una especie de maldición inexorable.

    El cambio de colegio, tras un enésimo cambio de domicilio (demoledora mudanza de una madre y sus tres hijos acarreando a pie todos sus enseres), le pondrá en contacto con Jean (Antoine Reinartz) uno de esos profesores carismáticos con capacidad para detectar diamantes en bruto escondidos entre montañas de guijarros. La complicidad entre ambos, alumno y profesor, es filmada por Samuel Theis con delicadeza y deliberada ambigüedad. De este encuentro, en cierto modo iniciático para Johnny en la medida que le abrirá las puertas al conocimiento y a unos sentimientos que no es capaz de controlar, surgirá la espoleta que hará explotar la burbuja de conformismo con la que su madre pretendía suplir la falta de educación, cariño y Coca Cola de verdad en lugar de refresco de cola marca blanca.

    Theis consigue realizar una película sobre la infancia evitando la mayoría de los lugares comunes con los que el cine se ha ocupado de la misma, o al menos los más recurrentes, sin embargo, se le va la mano en la acumulación de elementos emocionales con los que carga a su joven personaje protagonista: la pérdida precoz de la inocencia en un medio hostil y desangelado, la madurez acelerada, la ausencia del padre y el ansia de salir de la miseria que su madre trata de perpetuar en él son filmados con humanidad, delicadeza y una sensible mirada. A partir de aquí, Theis se esfuerza por hacer también un film sobre el despertar precoz de una sexualidad con unos recursos que le quedan demasiado grandes a su personaje y acaban provocando más incomodidad que conmiseración.

    Brillante en la puesta en escena y en la dirección de actores, Theis saca petróleo del muy fotogénico Aliocha Reinert al que tal vez le falte algo de expresividad pero con el que resulta difícil no recordar al joven Tadzio (Björn Andrésen) de Morte a Venezia (Luchino Visconti, 1971). Magnífico en su contención está Antoine Reinartz (Los profesores de Saint-Denis, Arthur Rambo) y llena de fuerza y veracidad la debutante Melissa Olexa. El reparto se completa con la espléndida Izïa Higelin en el papel de Nora, la pareja de Jean, que jugará un importante papel en la turbulenta mezcla de sentimientos y emociones del joven protagonista.

    Petite Nature es una notable película de naturaleza realista (la huella de los Dardenne está presente en varios momentos) pero con menos discurso social y más ambiciones poéticas que, en buena medida, son alcanzadas por un director al que hay que seguir la pista. (José Perez Pertejo – NoEsCineTodoLoQueReluce.com)

  • Por el Dinero (Alejo Moguillansky – 2019)

    Por el Dinero (Alejo Moguillansky – 2019)

    En Por el Dinero un grupo miserable de actores, bailarines, músicos y cineastas argentinos se embarca en un tour teatral hacia algún país latinoamericano. Si el amor y el dinero son irreconciliables, esta es la historia de esa tragedia

    • IMDb Rating: 5,8
    • FilmAffinity: 6,1

    Película / Subtítulos (Calidad 1080p)

     

    Después de casi un par de décadas de existencia –y de más de una decena de películas, muchas de ellas celebradísimas– la productora El Pampero no había estrenado nunca un film en un festival como el de Cannes. Más por decisión que por otra cosa, la productora que manejan Mariano Llinás, Laura Citarella, Agustín Mendilaharzu y Alejo Moguillansky prefería hacer que sus películas debutaran en BAFICI y luego, dependiendo de la suerte y la calidad de cada una de ellas, se hicieran camino por el mundo paso a paso. Es un poco el mismo «modus operandi» que ha hecho que rechacen trabajar con subsidios del INCAA, estrenar en salas comerciales convencionales (al menos en Argentina) o manejarse con el sistema que el mercado del cine y hasta los propios festivales usan para la producción y distribución. Una decisión de mantenerse independientes a toda costa, de hacer todo a mano y que «el dinero» llegue por otras vías, un poco menos tradicionales a las utilizadas por la industria.

    Esta, si se quiere, introducción a la crítica no es gratuita ni intenta solo contextualizar la existencia de Por el Dinero y de El Pampero Cine en el mundo real, sino que es parte de la propia lógica y tema de la película dirigida por Moguillansky, habitué del BAFICI con títulos tales como Castro, El Loro y el Cisne, El Escarabajo de Oro y La Vendedora de Fósforos. Es un film que pone en cuestión la relación entre el trabajo artístico y la economía, la para muchos loca idea de que tanto cineastas (como teatristas, en este caso son ambas cosas) trabajen por vocación, pasión y cariño por lo que hacen y usen los pocos billetes que consiguen por otros medios –dando clases, escribiendo jingles, filmando institucionales o enseñando idiomas– para reinvertirlos en sus obras y películas.

    Todo comienza con otra versión, la original de Por el Dinero, que es la puesta teatral que Moguillansky junto a la actriz y bailarina Luciana Acuña (su mujer), el músico Gabriel Chwojnik (compositor de muchas de las bandas sonoras de las películas de El Pampero) y el bailarín y actor francés Matthieu Perpoint hicieron en Buenos Aires hace unos años. La obra –de la que se ven fragmentos en la película– ponía estos mismos temas en discusión y se convertía en una suerte de comedia musical sobre la imposibilidad de llegar a fin de mes en la que cada uno leía sus facturas de gas y luz, detallaban sus magros ingresos y, en el medio, bailaban y cantaban.

    La película hace un planteo ficcional que engloba a otro, si se quiere, más documental, aunque son tantas las capas de representación que existen en Por el Dinero que no tiene sentido tratar de separarlas. Empieza desde el final, cuando junto al mar aparecen dos cadáveres, los de Acuña y «su pareja» (así lo llaman siempre a Moguillansky) y pronto nos damos cuenta que estamos en una playa colombiana. Dos torpes policías que parecen sacados de la miniserie de Bruno Dumont P’tit Quinquin –y que encarnan los cineastas Rodrigo Moreno y Vladimir Durán– interrogan al único sobreviviente, el francés Perpoint. Y su relato será esta «tragedia en tres actos» que es la película. Tragedia que, en realidad, tiene mucho más de comedia absurda que de otra cosa.

    La voz en off en francés de Perpoint contará la historia de cómo terminaron ahí y así: su llegada a la Argentina, su relación con esta troupe actoral, su incorporación a la obra Por el Dinero y su posterior presentación en un festival de teatro en Cali, Colombia, en la que los hechos «trágicos» terminarán por desencadenarse. Pero cualquiera que haya visto una película de Moguillansky (o la mayoría de las de El Pampero) sabe que la ficción en ellas es un mecanismo que funciona como disparador de juegos, ideas y escenas. De todos ellos, Moguillansky se especializa en armar puestas en escena que son verdaderas coreografías en las que cuerpos, voces, sonidos y movimientos circulan con la libertad y el desparpajo de los primeros films de la Nouvelle Vague. Y hay algo de ese primer Godard dando vueltas por ésta, la más desprejuiciada y libre de todas sus películas.

    El también montajista Moguillansky logra armar aquí una suerte de «ampliación» de POR EL DINERO que expande y complejiza sus temas, ya que la escala es internacional y entran en el asunto el cine y la televisión además del teatro, la danza y la propia factura de la película que estamos viendo. Pero la pregunta es la misma: ¿de qué viven los artistas? O bien, ¿se puede vivir de lo que uno ama sin traicionarse o «vender el alma al Diablo? A partir de una serie de desventuras y confusiones –generados por la necesidad de pagar deudas y más deudas– que los terminan metiendo en un asunto policíaco en Colombia, la película juega con ese lado un tanto oscuro y secreto del arte que son sus procedimientos económicos, su status como «industria cultural» y los potenciales malos entendidos que eso genera.

    Aunque muchos se empeñen en creer lo contrario, el trabajo artístico requiere una enorme cantidad de esfuerzo, tiempo y dedicación que la mayoría de las veces no es bien recompensado económicamente. De hecho, es considerado por algunos como un hobby que no puede ser comparable a un «trabajo real» o confundido, por otros, con algo que realmente deja fortunas y que permite que todos los que viven haciendo trabajos creativos se vuelvan millonarios. Esta suerte de comedia absurda sobre cómo funciona en realidad ese mundo es una de las pocas películas argentinas –o internacionales, hay que decirlo– que se atreve a poner sobre la mesa un tema del que pocos hablan en sus trabajos artísticos pero sí lo hacen fuera de cámara: «l’argent».

    Pero más allá de su obsesión por la relación entre el arte y el dinero, Por el Dinero funciona porque con eso arma una loca aventura en la que una troupe entre acelerada e inoperante se enreda en situaciones propias de la más ridícula comedia de enredos y disparates. Los billetes que se desean y no se tienen son el tema pero también el McGuffin de un film que logra ser político de la manera más lúdica posible, sin ponerse casi nunca serio. En tiempos de crisis, la risa puede ayudar de algún modo como catarsis y –como quedó claro en Hollywood después de la Gran Depresión de 1929– la comedia siempre es una buena respuesta a la hora de enfrentar los problemas más severos. O, al menos, un remanso.

    Por el Dinero llegó, además, a Francia, tras el gran recorrido festivalero de La Flor, que incluyó un destacado e inusual estreno comercial en ese país. Que Cannes haya abierto las puertas a un cine argentino y a una productora que no utiliza los tropos y/o los modos más claramente festivaleros del cine latinoamericano «miserabilista» en sus distintas variantes es una gran noticia desde todos los frentes: productivos, estéticos y políticos. Lo dijeron ya «los Pampero» en una entrevista reciente: «Dejaron entrar a un baile en el Palacio a Boudou, el anárquico vagabundo de Renoir». Y si esa es la feliz lección que el paso por la Croisette de la película de Moguillansky tiene para dejar, bienvenida sea. (Diego Lerer – Micropsiacine.com)