En el año 1890, el joven abogado Jonathan Harker viaja a un castillo perdido de Transilvania, donde conoce al conde Dracula, que en 1462 perdió a su amor Elisabeta. El Conde, fascinado por una fotografía de Mina, la novia de Harker, que le recuerda a su Elisabeta, viaja hasta Londres «cruzando océanos de tiempo» para conocerla.
Mejor Vestuario y Mejor Maquillaje en los Premios Oscar 1993Mejor Fotografía 1992 para la Asociación de Críticos de Chicago
- IMDb Rating: 7,5
- RottenTomatoes: 75%
Película / Subtítulos (Calidad 1080p)
Probablemente debería empezar con la aclaratoria de que Dracula, de Bram Stoker, fue la primera novela que leí en mi vida, y su influencia ha sido crucial en mí. No a un nivel literario, sino más bien estético. Ese libro, regalo de mi padre, se convirtió para mi en una referencia de todo lo que era oscuro, tétrico y por lo tanto atrayente. Es imposible decir a ciencia cierta lo que significó, pero digamos que el Conde siempre ha sido un personaje que ha revoloteado en mi mente, persiguiéndome durante años. Está claro que no soy el único, ya que por algo este personaje ha sido llevado a la pantalla en tantas ocasiones. Durante mucho tiempo, los nombres de Bela Lugosi y Christopher Lee habían estado irremediablemente ligados a la memoria del señor de todos los vampiros. Estos dos actores hicieron de Dracula su vida, y por lo menos en el caso de Lugosi, hombre y personaje formarían una unidad indivisible.
Por eso es que en 1992, cuando Francis Ford Coppola decidió llevar a la pantalla una nueva versión de Dracula diferente de todas las demás, más de una ceja se levantó ante lo que era uno de los mayores riesgos que podía correr este director. Su productora, American Zootrope, estaba casi en la ruina, por lo que un fracaso de esta película la tiraría por el desfiladero. Afortunadamente, el resultado fue magistral. Dracula (1992) fue no solamente un gran éxito de taquilla, sino también un nuevo techo actoral para sus protagonistas, y una de las películas más singulares y extravagantes de la década de los 90.
Alejándose de las concepciones tradicionales de Drácula, Coppola crea su película como un period-piece en el que la estética, tanto en vestuarios como en decorado, está por encima de todo. El toque extravagante, suntuoso y desbocado de la cinta está presente desde el prólogo, una impresionante secuencia de cinco minutos que nos relata los orígenes de Drácula desde que era un guerrero rumano luchando contra los turcos. En una batalla narrada a través de un juego de sombras chinescas (con fuertes referencias a Kurosawa) se nos da un primer vistazo al carácter brutal y sanguinario de Vlad el Empalador, un hombre dotado de un salvajismo efectivo que sólo se doblega ante la angelical presencia de su amada Elisabeta. Cuando esta muere víctima del engaño de los enemigos de Drácula, el guerrero renuncia a Dios y hace un pacto con el demonio que le permite vivir para siempre a través de la sangre de los mortales.
La historia de amor es lo que diferencia esta versión Drácula de todas las anteriores. El vampiro se nos muestra como un monstruo (geniales son sus transformaciones tanto en hombre-lobo como en gárgola) pero también como un alma atormentada profundamente humana, un ser redimido por el amor. Su archienemigo el doctor Van Helsing (interpretado por Anthony Hopkins), al contrario, se muestra como un cuasi-demente, un fanático religioso obsesionado con la destrucción del vampiro que ha perseguido toda su vida.
Otro aspecto a destacar de esta película es su fuerte contenido erótico, lo cual causó sus principales vapuleos por parte de la censura. Drácula es, como nunca, una criatura sexual, con el color rojo casi dedicado en exclusividad a su vestuario. Memorable es la escena en la que, convertido en hombre-lobo, atrae a la joven Lucy hacia él, poseyéndola en una escena erótica que parece la versión porno de un conocido cuento infantil. La transformación de los personajes femeninos en vampiros es, asimismo, su despertar sexual, algo que cala perfectamente con la novela de Stoker, si bien en el libro dicho concepto obedecía a los códigos morales victorianos y aquí en la película reciben casi un tratamiento de redención, una maldad apetecible.
Pero quien se luce realmente es Gary Oldman, en lo que es sin lugar a duda uno de sus mejores trabajos hasta la fecha. El actor se vio enfrentado a un reto titánico: Drácula es un personaje que ha calado en el imaginario colectivo de una manera muy sólida, y todos tenemos más o menos la misma idea predeterminada de cómo debe verse y comportarse este ser. El Drácula de Oldman es completamente distinto, un ser poderoso pero al mismo tiempo dotado de una gran sensibilidad. Es el primer Drácula que vemos llorar, el primero que vemos flaquear por su lado humano. Resulta muy interesante ver sus reacciones ante los diferentes personajes de la película, momentos en los que pasa del depredador sediento de sangre al ser atormentado de amor y condenado por Dios a amar sin guardar esperanza (*).
Una película tremendamente estética, operática (a lo que ayuda la excelente banda sonora del polaco Wojciech Kilar), cuidada hasta el extremo. Ha sido duramente criticada por los seguidores más furibundos de Bram Stoker, quienes le reprochan su falta de apego al libro agravada por la presencia del nombre del autor en el título (en realidad el nombre fue incluído porque los derechos del nombre «Drácula» pertenecen a los estudios Universal). Todas estas voces han de ser ignoradas. Drácula de Bram Stoker es, sin duda, una de las más grandes películas de vampiros que se han hecho, una auténtica lección de cine y de historia del cine (las referencias a otras películas de terror son incontables) que no puede dejar de ser vista.
(*) No estoy de acuerdo para nada con aquellos que dicen que el personaje de Mina es la reencarnación de Elisabeta. Para mi esto no tiene ningún sentido. Drácula no pide la inmortalidad para poder «esperar» el regreso de su amada, sino para dedicar la eternidad a luchar contra el Dios que le ha traicionado. Su encuentro con Mina es para él una oportunidad de recuperar el amor porque la joven le recuerda a la mujer que una vez tuvo. Ella, en cambio, se enamora de él no porque sea su amor verdadero, sino porque él representa la liberación de ese estricto estilo de vida victoriano en el que ella está atrapada. (Ricardo Riera – HorasDeOscuridad.blogspot.com.ar)
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[…] de un show de extravagancias varias. Se dice que del ridículo no se vuelve pero el director de Dracula sí lo hace. Durante la primera mitad uno tiene la impresión que todo se irá volviendo tan […]